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LAS GLOTONERÍAS DE DUARTE

De la columna "Prosa aprisa"

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Arturo Reyes Isidoro
2017-08-24  
22:41

Veo el show que ha armado Javier Duarte con su huelga de hambre dizque para solidarizarse con sus excolaboradores hoy en prisión y no puedo dejar de recordar sus glotonerías.


En los primeros años de su gobierno, un medio día me sorprendió cuando sonó el timbre de mi celular y al contestar una secretaria me dijo que quería hablar conmigo “la licenciada Gina Domínguez”.


Me sorprendió porque me tenían congelado por mis comentarios críticos y ya habían tomado represalias en mi contra. Era yo un apestado del duartismo y no me convocaban a sus reuniones ni me invitaban a sus convivios.


“Me pidió el gobernador que te llamara y te invitara a una reunión en la Casa Veracruz hoy a las ocho de la noche”, me dijo ya sin la altanería y la soberbia que la caracterizaban desde que se había sentido con poder político.


Me intrigó que me invitaran pero mi curiosidad periodística me hizo aceptar para saber qué querían. Antes de las ocho de la noche dejé empezada mi columna, dije en mi casa que regresaba en un momento a cenar, me puse saco y corbata porque consideré que había que tratar con formalidad al gobernador y me encaminé a la Casa Veracruz.


Ahí me encontré a varios columnistas amigos míos habituales a esas reuniones quienes también iban acicalados formalmente. Al entrar a la sala Tajín me di cuenta que en realidad se trataba de una cena porque ya estaba dispuesto todo.


Y entonces comenzó la espera. Dieron las ocho, las ocho y media, las nueve y nada, las nueve y media y las diez y el hombre sin aparecer. Ya nos habían dado unas copas de vino y servido una botana a base de nueces, almendras y otros granos así como tiras de jamón serrano y Duarte no llegaba.


Yo que no sabía cómo era la jugada en esas reuniones me sorprendí cuando lo vi entrar en fachas: mocasines Ferragamo, pantalón de mezclilla todo guango, camisa blanca manga larga desabotonada en el pecho y con las mangas medio arremangadas, sin peinar. Nunca supe si se acababa de levantar. Me arrepentí de haberme puesto saco y corbata.


En una mesa grande cuadrada había personificadores con nuestro nombre, juegos de cubiertos debidamente arreglados con servilletas de tela, la losa con el escudo de Veracruz y un menú impreso para que uno escogiera carne o pescado. Los manteles relucían de blancos y limpios.


Era una formalidad como correspondía a la figura de un gobernador. Cuando Duarte acabó de saludar uno por uno a todos nos invitó a cenar. Y de pronto se hizo un silencio esperando a que él hablara. Y habló.


“Señores, antes de empezar les quiero confiar una cosa”. Cuando dijo eso paré el oído y me dije que seguramente de ahí iba a surgir un tema para mi columna. Todos estábamos muy atentos para escuchar palabras mayores, como dijera Luis Spota.


“En esta casa hay una costumbre que se cumple rigurosamente”. ¡Ah, chingá!, me dije para mis adentros. “¿Saben qué? Que todos los jueves aquí se come pizza, así que me disculpan”, expresó al tiempo que hacía señas a un mesero quien presto le puso dos enfrente mientras que al resto de comensales otros meseros nos preguntaban con toda propiedad si queríamos carne o pescado.


En la madre, me dije de nuevo para mis adentros. Tanta formalidad y protocolo para que nos saliera con eso, y, peor, mientras nosotros tomábamos trinche y cubierto él a mano limpia se echaba los pedazos de pizza en la boca. Desde entonces me dije que no era serio y que se comportaba como un chamaco irresponsable. Veracruz no podía terminar de otro modo.


Por eso ya luego no fue ninguna sorpresa encontrarlo ocasionalmente cenando hotdogs en el callejón de El Diamante en Xalapa, en un carrito muy cerca del Palacio de Gobierno, o en una placita gastronómica en Boca del Río exactamente casi frente a donde tenía sus departamentos, donde –me lo dijeron algunos guardias de seguridad– se le escapaba a Karime para ir por hotdogs, hamburguesas, tortas o tacos, o todo junto.


Creo hoy que si de veras es en serio su huelga de hambre y si no se logra que devuelva lo que se llevó, al menos que lo hagan sufrir un poco metiéndole a su celda eso, hotdogs, hamburguesas, tortas y tacos para que se le antojen. Al menos que sufra algo como casi todos los veracruzanos sufren las consecuencias de su muy mala administración.

 
 
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