Viernes Contemporáneo.
Armando Ortiz Ramírez.
 

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Hablar de Juanga… sí vale la pena
2016-09-05

Camino a Xalapa, después de dos días en Minatitlán, aburrido por la monotonía del viaje escuché en la radio la canción “Las ciudades” de José Alfredo Jiménez. Ya la había escuchado antes, pero en ese momento una frase me golpeó el entendimiento: “Las distancias apartan las ciudades, las ciudades destruyen las costumbres”. Quizá porque manejaba por la autopista, sin ningún auto que me acompañara, tratando de llegar a la siguiente ciudad que era una escala más para llegar a Xalapa, quizá por eso la frase me puso a reflexionar en esa verdad que durante muchas décadas se había estado enunciando en las canciones de José Alfredo. La poesía, me dijo alguna vez mi amigo Jaime Renán, busca refugio en la música popular.


La sentencia de Nicolás Alvarado en contra de las canciones de Juan Gabriel fue expresada desde el púlpito de la visceralidad. Antes el exdirector de TvUNAM había confesado que no le gustaban las canciones de Juan Gabriel y que no las escuchaba, pero se atrevió a dar un juicio sobre lo que desconocía, esa es la definición clara de la ignorancia: hablar de lo que no tienes conocimiento.


Alvarado consideró a Juan Gabriel “uno de los letristas más torpes y chambones en la historia de la música popular, todo sintaxis forzada, prosodia torturada y figuras de estilo que oscilan entre el lugar común y el absurdo”. En otra parte de su texto reclama que lo irritan “su sintaxis no por poco literaria sino por iletrada”. Como si las canciones fueran consideradas un género literario.


Sin embargo el señor se equivoca. Las canciones se miden desde parámetros diferentes a la literatura. Las canciones no son estrictamente poemas, aunque la poesía se refugie ocasionalmente en ellas. Quien no entienda la diferencia entre poema y poesía que vaya a El arco y la lira de Octavio Paz. En ese texto Paz muestra que la poesía es algo genérico, que habita en las diversas manifestaciones artísticas; el poema es poesía escrita u oral: “un organismo verbal que contiene, suscita o emite poesía”.


Uno de los temas de Juan Gabriel que me estremece es “Abrázame muy fuerte” que incluye esta estrofa: “Abrázame que el tiempo pasa y ese no se detiene,/abrázame muy fuerte amor que el tiempo en contra viene,/abrázame que Dios perdona pero el tiempo a ninguno,/abrázame que no le importa saber quién es uno,/abrázame que el tiempo pasa y el nunca perdona”.


Octavio Paz, a quien ya he citado, se refería de esta manera sobre el tiempo: “Al cabo de tantos años de vivir… aunque siento que no he vivido nunca, que he sido vivido por el tiempo, ese tiempo desdeñoso e implacable que jamás se ha detenido, que jamás me ha hecho una seña, que siempre me ha ignorado”.


Por supuesto los puristas pueden llamarme blasfemo, pero para mí las similitudes, aunque con diferente estilo y lenguaje, se hallan ahí. “Ese tiempo desdeñoso e implacable que jamás se ha detenido”, dice Paz; “abrázame que el tiempo pasa y ese no se detiene”, dice Juan Gabriel. “Abrázame que Dios perdona pero el tiempo a ninguno,/abrázame que no le importa saber quién es uno”, dice Juan Gabriel; “ese tiempo desdeñoso e implacable que jamás se ha detenido, que jamás me ha hecho una seña, que siempre me ha ignorado”, dice Octavio Paz.


Por supuesto que habiendo escrito tantas canciones se podrán encontrar muchos ejemplos de esa sabiduría popular, de esa poesía espontánea que busca refugio en las canciones: “No cabe duda y es verdad que la costumbre, es más fuerte que el amor”, la frase es como una sentencia sacada de una novela de Carson McCullers; “No me he querido ir, para ver si algún día/que tú quieras volver me encuentres todavía./Por eso aún estoy en el lugar de siempre/en la misma ciudad y con la misma gente./Para que tú al volver no encuentres nada extraño/y sea como ayer y nunca más dejarnos”, la canción como una declaración de esa resistencia, de esa obnubilación por el ser amado que obliga al “se me olvidó otra vez que ya habíamos terminado”.


Pero si a todo esto sumamos la capacidad histriónica de Juan Gabriel, la interpretación magistral y la entrega de un artista que no limitaba a su actuación a dos horas o tres, sino literalmente hasta que el cuerpo aguantara, entendemos su grandeza, trascendencia y su popularidad.


Es por ello que “no vale la pena” lamentar la salida de TvUNAM de un sujeto snob, pedante y clasista que se atrevió, con pleno desconocimiento, a hablar pestes de Juan Gabriel.


 


Armando Ortiz                                               aortiz52@hotmail.com


 


 

 
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