Pero algo pasó, porque la estrategia para poner orden no fue entendida por el pueblo, tal vez por su ignorancia o por la falta de lucidez ocasionada por el hambre arrastrada por ya varios meses.
Llegaron con el nuevo alcalde muchos personajes desconocidos, presumiblemente “juereños” y lo primero que hicieron fue un exterminio de todos los que tuvieran cara de haber estado cerca “del anterior”; no importaba si sólo pasaron por la misma calle o si sólo coincidieron en algún evento, porque se trataba de limpiar el pueblo de los corruptos y para ellos todos tenían expresión “sospechosa”.
Triste caso de quienes aparecieron en alguna fotografía, aunque fuera por accidente, ya estaban marcados y sentenciados, sin importar que sólo hubieran pasado por allí. Como no tomando en cuenta que estar en una foto no es prueba de delito.
La instrucción parecía ser: “todo el que sea o se parezca, no se detengan a investigar, acaben con él sin consideración”. Porque eso hicieron.
Con trato déspota, prepotente, altanero, cruel, hostil, majadero, humillante y como dicen algunos “de perro pa’ tras”, los “juereños” fueron eliminando trabajadores, proveedores y todos los que se les atravesaron fueron despojados de sus derechos sin miramientos. Entonces el pueblo pasó de la angustia a las lágrimas y después a la desesperación.
Algunos se fueron antes, otros los imitaron después y los que aguantaron por ilusos o porque no tuvieron fuerza para iniciar de nuevo en otro pueblo, ahora estaban decididos no sólo al éxodo, sino a hacer lo que fuera necesario hacer para que sus hijos tuvieran que comer.
El día declinaba, el sol se compadeció del caminante y le dio un descanso que le permitió levantar la vista y observar a corta distancia un poblado; su rostro se animó y apresuró el paso sacando fuerzas de alguna parte hasta llegar, encontrando en el lugar un ánimo de fiesta.
Parecía una celebración religiosa o algo parecido; había comida y eso le hizo no distinguir ni las formas ni el protocolo. Se sentó en una enorme mesa junto a otras personas y esperó.
Comenzaron a poner platos frente a los comensales, pero ninguno iniciaba, como esperando algo. En la cabecera de la mesa un hombre se puso de pie y recitó un verso de la Biblia y se sentó; el hombre a su derecha hizo lo mismo y los siguientes siguieron su ejemplo.
El caminante estaba atento a lo que sucedía y pronto se percató de la forma de estructurar las palabras en cada intervención de modo que cuando llegó su turno, pensando en su propia situación y la de sus paisanos de SantaCruz se puso de pie y decidido desde el fondo de su corazón exclamó: “pobre del pobre que al cielo no va, lo friegan aquí y lo friegan allá”.
Los miserables corruptos y ladrones que hicieron un grave daño al pueblo, merecen un castigo ejemplar, todo el peso de la ley además del desprecio de todos, como para que jamás vuelvan a poner un pie en el pueblo.
Pero los agraviados, el pueblo entero, sólo merece ser tratado con justicia y esto no está sucediendo, agravando la situación y levantando poco a poco un clamor popular de desesperada urgencia que merece ser tomado en cuenta, antes de que sea demasiado tarde. Ese es mi pienso.
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