La política en tacones.
Pilar Ramírez.
 

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Las guapas respondonas
2017-03-22

Lo dicho. Cuando se habla genéricamente sobre el derecho de las mujeres a vivir una vida libre de violencia prácticamente nadie rebate; la mayoría está de acuerdo porque es lo políticamente correcto, excepto los que son parecidos a Trump, es decir, que se niegan a ver la realidad, aunque se los esté comiendo.


            Ah, pero cuando ocurre un hecho ejemplificante y concreto vienen todos los asegunes, resulta entonces que los derechos se deben ejercer selectivamente. El caso de Tamara de Anda es una joya para demostrar que estamos a años luz de interiorizar la perspectiva de género y a unos cuantos más de la decencia.


            El caso resonó en las redes sociales, Tamara de Anda es una periodista que tiene un blog con miles de seguidores. Narró un incidente que tuvo cuando caminaba por una calle de la Ciudad de México. Un taxista le gritó ¡guapaaa! con ese tono que conocemos las mujeres. Es un tono de superioridad. Sentirse socialmente cobijados como los ”galanteadores” parece darles permiso de gritarle a una mujer extraña que le gusta. El tono del grito puede cubrir una gran variedad de matices, puede parecer un “piropo”, una ocurrencia “chistosa”, una expresión “poética” o una frase declaradamente grosera, pero en todos los casos, absolutamente todos, es ofensivo.


            El hecho es que Tamara percibió el grito exactamente con esa carga ultrajante que tiene el dirigirse de esa manera a una mujer. Con apoyo de una patrulla que pasaba llevó al Juzgado Cívico al piropeador, quien recibió una multa, con base en la Ley de Cultura Cívica de la Ciudad de México que tipifica esos supuestos “piropos” como una vejación verbal.


            Tamara narró su experiencia y dice, con toda razón, que la felicidad experimentada porque se había hecho justicia, pronto se volvió una pesadilla porque en sus cuentas de redes sociales le llegaban insultos, la llamaban clasista, la amenazan de muerte, de violación; el piropeador, de pronto, se volvió un “pobre taxista” castigado excesivamente por algo tan inocente como decirle guapa a una joven.


            Las amenazas fueron de distinto calibre. Lo preocupante fue que algunas de ellas parecían muy cercanas a hacerse realidad, porque daban datos personales. El asunto se volvió trending topic. Esa “fama” ya no era para nada buena noticia para Tamara. Valga de ejemplo lo que escribió en su cuenta de Twitter el director editorial de Excelsior y conductor del noticiario matutino “Imagen informativa”, Pascal Beltrán del Río: “Recién me entero que algunas mujeres se sienten más ofendidas si les dicen “guapa” que si les dicen “fea”. A lo que hemos llegado”. Es ejemplo porque su comentario resume lo que muchos dijeron en términos más vulgares y porque se esperaría un punto de vista distinto de una persona que tiene un micrófono abierto en el que diariamente no sólo da noticias sino que constantemente editorializa con su opinión y define la línea editorial de un diario nacional.


            Pues le voy a explicar al señor Pascal a lo que hemos llegado. Hemos llegado a un tiempo en el que las mujeres catalogamos como ofensa que un extraño opine sobre nuestro cuerpo aunque lo quiera disfrazar de elogio. Y es un tiempo en el que lo podemos decir, porque antes nos hubieran considerado dementes o lesbianas, sólo por sugerir que nos molestaba, utilizando el adjetivo lesbiana como insulto. Las mujeres no andamos gritándole a los hombres sobre sus características físicas y estoy segura de que todas hemos visto a un extraño que nos parece atractivo, pero no invadimos su intimidad diciéndoselo a gritos.


            El punto es que las mujeres que hemos reflexionado sobre nuestros derechos, tampoco deseamos, por una igualdad mal entendida, la libertad de dirigirnos a los hombres igual que lo hacen muchos de ellos hacia las mujeres. Queremos seguir respetando su privacidad, pero exigimos que nos respeten del mismo modo. Hemos llegado a no creernos que los hombres son los “cortejadores“ por naturaleza y eso les otorga el privilegio de aventar frases que nos molestan. No se trata nada más de protestar porque nos griten “chichonas”, “nalgonas”, “mamacita”, “bueeeena” o “quieeero” babeantes o con miradas lascivas; tampoco queremos que nos digan “fea”, “guapa”, “cara de ángel” o “nube de ilusiones”. El punto es que no queremos que nos diga nada un extraño, sólo porque sí, porque se siente superior, porque se considera “seductor”. Queremos andar por las calles sin temor a que nos digan algo, nos toqueteen o nos hagan algo peor.


            ¿Pueden decirnos Beltrán del Río y todos los que insultaron a Tamara cuándo fue la última vez que una mujer les dio una nalgada en la calle?, ¿cuándo sintieron temor de pasar frente a un grupo de mujeres porque iban a lanzarle adjetivos molestos u ofensivos? Si no lo han sentido, no saben lo que experimentamos las mujeres, es obvio que tampoco lo sabía el taxista piropeador, pues para todos ellos seguramente no estaba en su horizonte que un “inocente” piropo constituyera una falta. Al menos en la Ciudad de México podemos acudir a la ley para que castigue al acosador.


            Claro, para eso debemos tener la suerte de que pase una patrulla para presentar la queja y obligar al acosador a apersonarse en el juzgado. En Ámsterdam, una ley similar se aplica con supervisores que transitan por las calles en forma anónima porque han comprobado que el 60% de las mujeres han sido víctimas de este tipo de violencia verbal.


            Aquí todavía no llegamos a esas exquisiteces, pero por fortuna ya está ahí la ley. Esperemos que la tendencia a la armonización legislativa haga que pronto esta norma se extienda a todo el país y que aparezcan muchas, muchísimas Tamaras.


            A eso hemos llegado.


ramirezmorales.pilar@gmail.com

 
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