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Martín Quitano Martínez.
 

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La Cofradía
2017-04-19

mquim1962@hotmail.com


La corrupción es causa directa de la pobreza de los pueblos


 y suele ser la razón principal de sus desgracias sociales.


Jorge González Moore    


 


Javier Duarte ha sido capturado y también cursan procesos penales varios de sus cómplices y colaboradores y aunque es un signo alentador que así suceda, la realidad es que faltan aún muchos miembros de la cofradía que se espera sean detenidos, enjuiciados y paguen por sus abusos, porque el daño infligido a nuestro estado es profundo y es mucho más que solo el quebranto financiero de la gestión duartista, pues de no visualizarlo así, supondría perder de vista que el origen del desastre, la descomposición y las ilegalidades como forma de gobierno, se ubica en la mano que mueve al títere, en el cerebro que esculpió a su sucesor, en el padre político e ideólogo de la cofradía, un personaje que hoy por hoy repta cual nauyaca y se oculta detrás del escándalo.


Sin que el acotamiento exonere a los anteriores, los últimos doce años de dos gestiones estatales mostraron amplia y profundamente la peor cara de la corrupción y la impunidad, ejercida por una cofradía que se solazaba en el robo; clanes familiares y  pandillas de incondicionales, usufructuaron los recursos públicos como privados y merecieron la abundancia derivada del hurto descarado al amparo del pinche poder.


Los casos de Fidel Herrera y Javier Duarte son paradigmáticos del cinismo a campo abierto donde se acumularon muchos silencios públicos dentro y fuera de la entidad veracruzana, con complicidades por acción u omisión, pues de otra forma no pudo haber sido posible. La lista es larga de hombres y mujeres que fueron beneficiarios de la red de corrupción tejida, esposas, hijos, familia todos jugaban el jugoso juego de la prepotencia, la amenaza y la arbitrariedad que les permitió construir grandes fortunas en detrimento de millones de veracruzanos.


Los miedos que sembraron para atemorizar al pueblo, sin duda coadyuvaron al silencio y a la connivencia, ampliando su margen de maniobra durante los doce años que expoliaron a Veracruz. Fue tan brutal y penetrante el mal comportamiento político y administrativo de esta cofradía, que el descaro con que se movieron acuñó no solo frases de menosprecio para los veracruzanos sino que masificó malas prácticas que se volvieron “normales” pese a su indudable ilegalidad.


Las arbitrariedades a las que parecemos acostumbrados y con las que convivimos continuamente como sujetos pasivos o partícipes de ellas, reflejan nuestras deficiencias como sociedad pero también dan cuenta de la enfermedad que anida en nuestro cuerpo social, angustiosamente promovida y masificada por la cofradía.


La corrupción adueñada del desarrollo de amplios sectores, atraviesa no solo el espacio del ejercicio público, sino lastimosamente las relaciones de la vida diaria, ejemplificando también con nitidez la impunidad desde los referentes sociales, políticos y empresariales, colectivos o individuales, colaborando en fortalecer esa idea de que la corrupción somos todos, como eje estratégico de la cofradía.


La contaminación de nuestro entorno de convivencia social está allí golpeándonos duramente al haber sido absorbidos como conjunto social hacia la normalidad del mal hacer pues muchas de nuestras malas conductas ya son socialmente aceptadas.


Por eso es tan importante hacer masivas detenciones hacia todos los implicados en el desastre veracruzano, porque limpiar los quehaceres públicos en Veracruz no acaba con encarcelar a Duarte y unos cuantos más, se requiere de una labor ejemplar de la procuración de justicia para evidenciar a la cofradía, ponerla al público en sus redes y compromisos, en sus alcances ominosos, en su perversidad y cinismo, desarticularla, desmembrarla es también una forma de hacer justicia.


Con la otra mano habrá de trabajarse en la recomposición profunda de los procesos. Se requiere de mucho trabajo, compromiso y voluntad por modificar la forma de gobernar, de implementar políticas públicas que sustenten transformaciones de fondo donde la maquinaria burocrática esté realmente al servicio del interés público, de la sociedad.  Solo así se podrá convocar con suficiencia a los trabajos a un conjunto social desconfiado, harto de la suciedad de unas clases políticas que no acaban de entender que se requieren hechos palpables de cambio, respuestas abiertas al escrutinio, a la rendición de cuentas, pues de continuar con las rutas de la simulación todos estaremos en mayor riesgo.


DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA


Para Kuri Grajales tan solo es “el hijo descarriado” del priismo; ¡que banalización del crimen!


 


 


 

 
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