La política en tacones.
Pilar Ramírez.
 

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Acoso callejero
2017-05-03

Cuando Tamara de Anda, mejor conocida como Plaqueta, denunció al taxista que le dijo “guapa”, lo llevó ante un juez cívico y este lo multó, se desató un debate en redes sociales acerca de si un piropo calificaba como acoso verbal. Después del  acoso callejero, sufrió el acoso en las redes, la acusaron de clasista, recibió innumerables insultos y la amenazaron de muerte. En este mismo espacio abordé el tema, apoyé a Tamara y me tocó una parte de los insultos. Incluso un amigo muy querido dijo verse obligado a manifestar su desacuerdo, pues muchas parejas se habían formado a partir de un piropo.


                La estampa era más romántica que realista, pues en verdad, no conozco un solo caso de pareja que haya comenzado así, del piropo de un desconocido. Y mucho menos si el piropo no era bien recibido por la mujer.


                Lo que me causó más curiosidad fue esa rebelión masculina (apoyada por algunas mujeres) ante la posibilidad de ser obligados a renunciar al piropo como si este hubiera sido patentado por los hombres. Era como si les robaran un derecho ancestral que los dejaba huérfanos de comunicación con las mujeres y con su propia masculinidad. Ya no poder expresar libre y callejeramente su gusto por una cara o un cuerpo bonito lo experimentaban como una violación que, algunos, encararon con mucha violencia.


                Pues bien, resulta que, en la otrora tranquila ciudad de Xalapa, en el estado de Veracruz, en la muchas veces llamada “Atenas veracruzana”, por el nivel cultural, los casos de acoso callejero se están multiplicando. Veo el video de una chica que a mediodía pasó frente a un tianguis donde, entre otras cosas, venden videos piratas; uno de los vendedores, con el pretexto de ofrecerle su mercancía se acercó mucho, hasta casi tocarle los senos. Cuando ella puso una mano enfrente y le dijo “no hagas eso”, tres hombres más la rodearon. Entró en pánico, pero siguió caminando. Llamó al 911 y preguntó si podía hacer algo. Llegó una patrulla. Ella, con el miedo, sólo pudo identificar a uno de los acosadores. Los policías le advirtieron que si volvían a recibir una queja de ese tipo regresarían a llevárselo. Entre lágrimas de miedo y de coraje, la joven cuenta el incidente pero invita a denunciar.


                Leo en Facebook que una joven actriz, integrante de la Compañía de Teatro de la Universidad Veracruzana, narra una agresión más directa en una zona cercana al centro, cuando caminaba por la avenida Ávila Camacho, una de las pocas vialidades de cuatro carriles de la ciudad, bien iluminada, lo que se llamaría “una zona decente”, con algunas cámaras de vigilancia. Dejemos que ella nos cuente:


                “Ayer 30 de abril, alrededor de las 10 de la noche salí de mi casa para buscar algo de cenar, estuve 10 minutos fuera, llegué al parque Juárez y regresé a casa caminando por Ávila Camacho; cuando estaba por llegar al parque Bicentenario volteé a ver quién venía tras de mí pues esa zona es un poco oscura y ya han pasado cosas terribles por ahí. A una cuadra de distancia tras de mí, venía un tipo joven de camisa clara, manga larga, pantalón beige, bien fajado, peinado, parecía decente así que caminé confiada, confié, cuando volteé nos vimos la cara, pensé que si alguien intentaba asaltarme, él venía detrás y confié; en menos de dos minutos él mismo estaba detrás mío, me metió la mano entre las piernas me apretó las nalgas, me manoseó con su mano cerda con toda la violencia que pudo y antes de que yo terminara de reaccionar corrió y yo tras él, corrí tras él gritando por toda la avenida, había gente en la calle, muchos carros iban pasando, había un tipo paseando a sus perros doberman, en un bar había gente bebiendo, todos nos miraban pasar corriendo y se hacían a un lado como si fuera una loca, una exagerada, sólo alguien gritó ¡!¿lo alcanzo?!!, pero entre ir corriendo con toda mi fuerza, entre mi llanto y mis gritos no pude contestar nada. Cuando llegó al Diario de Xalapa (yo todavía corriendo tras él) una camioneta intentó cortarle el paso, pero pudo sortearla y siguió corriendo por Clavijero. Dos mujeres se bajaron de esa camioneta y me auxiliaron, me abrazaron, me dieron agua, intentaron tranquilizarme, estaba temblando, lloraba, apenas podía hablar, llamé a mi amigo Rodri, las mujeres se quedaron ahí conmigo esperando a que llegaran por mí. Ya no pude volver a mi casa.


“No es la primera vez que algo parecido me pasa; hombres, que por alguna razón se sienten con derecho de tocarte, así como si cualquier cosa, como recargarse en un poste de luz, o sentarse en la banqueta, como si fuera parte del espacio público, y te dejan una pinche marca quemándote hasta dentro. Cuando corría tras él, pensaba en matarle, de verdad pensaba en matarle, todo mi cuerpo quería destruirlo y después, cuando me detuve, me sentía culpable, eso de sentirse sucia cuando alguien te violenta es real… me sentía humillada, avergonzada, enlodada, por un momento me sentí responsable, ¿no debí salir a la calle? ¿no debí caminar sola? ¿no debí confiar? Llevaba sandalias, pantalones sueltos y una blusa suelta y larga para quienes se lo preguntan. Aun ahora vienen de nuevo esas preguntas, lucho contra sentirme mínimamente responsable; ¡Debí correr más! ¡debí gritar más para que alguien me ayudara! ¡si no hubiera llevado sandalias lo alcanzo! ¡si no hubiera volteado a verlo antes y me hubiera relajado! ¿Debí pensar que cualquier imbécil es un posible acosador, un posible cerdo? ¿No puedo volver a caminar confiada, tranquila, sin miedo? ¿no debo sentir tanto coraje? ¿Debemos vivir en guardia? [a partir de aquí escribe en mayúsculas para enfatizar sus afirmaciones] No lo acepto. No acepto vivir sometida por el miedo; no acepto callarme; no acepto que me arrebaten la fe y la confianza; tengo derecho a vivir tranquila, a caminar sola si así me da la gana, igual que cualquier hombre lo hace; a ponerme la ropa que me dé la gana, igual que cualquier hombre lo hace; a caminar de noche como ellos, o de día, o de tarde; a no cruzar la acera para evitarlos cuando están en grupo igual que cualquier hombre lo hace. Tengo el mismo puto derecho a que me respeten”.


Lamentablemente no son los únicos casos de acoso callejero en Xalapa. Cuando se hace una denuncia pública salen a la luz otros casos y vemos que este tipo de violencia va en aumento. El acoso verbal se puede transformar fácilmente en agresión física. Confirmo que Tamara no exageró. Yo también llamo a denunciar, pero asimismo conmino a las autoridades a hacer lo que les corresponde para detener estas agresiones que incrementan la atmósfera de violencia hacia las mujeres.


ramirezmorales.pilar@gmail.com


 

 
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