Sin tacto.
Sergio González Levet.
 

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Un nini
2017-10-24

Yo, señores, conozco a un joven que es un nini.


     A sus 20 y tantos años dejó dos carreras inconclusas y a la fecha no ha encontrado un empleo que se adapte a sus gustos.


     Es una persona muy inteligente, pero piensa que debe emplear sus dotes intelectuales para no hacer nada de provecho. Yo le digo que debería hacer exactamente lo contrario, pero me tira a loco, me da el avión y me cambia el tema.


     Entre lo que sí le he podido decir y él ha estado dispuesto a escuchar está la reconvención que le hice un día respecto a que no se esforzaba nada en la vida, y le interesó porque me tenía preparada una respuesta a modo:


     —Tú me dices que ser un nini no requiere ningún esfuerzo, y estás muy equivocado; tú me preguntas que si no me da vergüenza estar de desocupado todo el día, y sí me da, ¡pero me la aguanto como los machos!


     No me explico cómo podía seguir con su cara tan seria, cómo no se asomaba a su rostro ninguna seña de ironía, ni se podía advertir en su boca alguna sonrisa reprimida.


     —Ser un nini en esta ciudad, para que lo sepas, es luchar contra un medio ambiente tan adverso que yo le llamo mejor “miedo ambiente”.


     Se quedó callado un momento, para que yo asimilara el juego de palabras, y continuó:


     —Mira, te pongo un ejemplo: el horario. Todo y todos están en contra de nuestro modo de vida con el reloj. Un nini que se respete se duerme a las 5 o 6 de la mañana y se levanta a las 3 o 4 de la tarde. Pero en Xalapa dormir a esas horas es casi imposible, toda una hazaña: en mi caso, a las 7 am siempre suena la alarma de la casa de un vecino precavido pero codo, que sale a su trabajo 10 minutos antes, tiempo suficiente para que se aleje en su coche y no oiga que el aparato corriente que compró empezó a sonar desesperadamente, y está despertando a los vecinos. Y a eso hay que sumar que la alarma del coche de otro vecino se contagia del ruido, y empieza a sonar también a las 7 y media más o menos. Luego vienen los campanazos de la basura, que entre 8 y 9 te despiertan de los sueños más placenteros de tu vida, a los que hay que agregar los gritos de tu madre, que te pide, te ruega, te exige que te levantes y juntes la basura de los baños y la cocina para ponerla en el bote y sacarla a la calle. ¡Imagínate que me viera un colega nini haciendo ese trabajo denigrante, apestoso y sucio!


     Nuestro amigo se empezó a sobar las manos, como si se desprendiera de una suciedad imaginada, y continuó con su queja:


     —Y encima, tu mamá quiere que bajes a desayunar a esa hora inoportuna de la mañana, lo que consigues no hacer tapándote las orejas con la almohada y tratando de volver a dormirte. Hay una tregua cuando tus papás se van a trabajar y dejan la casa sola, pero ahí viene el infierno con el timbre de la puerta: llaman mendigos, testigos de Jehová, técnicos que vienen a reparar algún electrodoméstico, una señora que se equivocó de casa…


     Para concluir, se me quedó viendo con toda seriedad, aunque yo sabía que se estaba riendo por dentro:


     —Te digo, ser nini no es nada fácil, y en Xalapa es de dar miedo… ambiente.


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