En México y en el mundo vivimos en el espejismo de la juvenilización, donde lo joven es visto como lo bueno, lo honesto, lo que viste a un equipo de gobierno. Por eso vemos a muchos políticos o administradores jóvenes como gobernadores, secretarios de estado o del despacho, legisladores, alcaldes, ediles o funcionarios públicos, sin que el hecho de su accionar en la administración pública signifique por sí mismo garantía de probidad, eficacia y eficiencia.
Ya en Veracruz vivimos la terrible experiencia de la asunción al poder de un grupo de jóvenes que cual corsarios hicieron del aparato de gobierno un botín, que saquearon de manera inmisericorde las arcas públicas y devaluaron al extremo, más allá de su accionar delictuoso que llevó a la cárcel al jefe de la banda y que tiene a otros tantos con un pie en ella, la posibilidad de volver a confiar en un grupo o un proyecto formado mayoritariamente por jóvenes.
El triste paso por el gobierno veracruzano de los jóvenes de la fidelidad y el duartismo demostró que no necesariamente por ser joven se tiene la aptitud para estar a la altura de los retos y la seriedad y honorabilidad que impone el gobernar.
Los jóvenes pueden tener carisma, pero difícilmente pueden inspirar confianza en automático. En ello cuenta mucho la actitud, que es, sin duda, un factor decisivo para el crecimiento político. Y es justamente en ese aspecto donde la gran mayoría de jóvenes “empoderados” cojea. La soberbia y la arrogancia con que se condujeron y conducen muchos que estuvieron y están en funciones burocráticas de alto nivel los desconecta de la gente. Basta recordar las imágenes de los cuadros “distinguidos” de la anterior administración estatal, así como de dirigentes partidistas, funcionarios o legisladores de ayer y de hoy para corroborarlo. Ahí los tenemos en una actitud de grosera altivez, con un lenguaje corporal que dice mucho de su sobredimensionada autoestima. El poder les marea, sin duda. La mezcla de juventud y poder no siempre es la mejor alternativa.
Por ello muchos de los “prometedores” políticos no pasan del sexenio en que gozan del apoyo gubernamental. Ejemplos abundan. De las “camadas” de jóvenes políticos que recordemos en las décadas recientes pocos, muy pocos, lograron forjarse una carrera política destacable o que valga la pena recordar, a pesar del apoyo de sus protectores. Porque la verdadera madurez política de las y los jóvenes empoderados se aprecia y los lleva a trascender, cuando además de las características de formación y sensibilidad que requiere el ejercicio de esta actividad, poseen la capacidad de avanzar sin que alguien más les indique qué hacer, qué decir o qué pensar. Ya lo decía el filósofo Emmanuel Kant: “La inmadurez es la incapacidad de usar nuestra propia inteligencia sin la guía de otro”.
Y es aquí donde entra la relación entre generaciones, donde son los jóvenes los que más necesitan escuchar y aprender de la experiencia de los políticos con trayectoria. Luego harán, en su tiempo y momento, y si son capaces de ganarse la confianza de la gente, lo que tengan que hacer.
Por eso, debe pensarse muy bien cuando nos invitan a darles nuestro apoyo, cuando quieren hacerse cargo de los delicados asuntos de la gobernanza. La madurez y la capacidad política no se dan por generación espontánea ni se heredan por decreto.
A quien desde joven aprendió que puestos, dirigencias y liderazgos son cíclicos y reconoce que el valor más grande de la política es actuar siempre con responsabilidad y sencillez, es, sin duda, quien puede generar mayor confianza. Lo demás son fuegos fatuos.
El próximo año tres jóvenes buscarán la gubernatura de Veracruz. Como todo parece indicar, Miguel Ángel Yunes Márquez, José Francisco Yunes Zorrilla y Cuitláhuac García Jiménez irán en pos del voto ciudadano. ¿Cuál de ellos está mejor preparado para el cargo y cuenta con la sensibilidad y compromiso social para hacer frente a los graves retos que enfrentamos? Usted tiene la respuesta.
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