Hay noticias que dejan literal y mentalmente descoyuntado. La muerte del buen amigo Hipólito Cuevas es una de ellas. Siempre sonriente, amable, atento, inteligente y listo, de trato fácil, así más o menos era Hipólito. Lo que yo le pueda decir de él de ninguna forma reflejará su verdadero ser y ni por asomo pretendo hacerlo. Baste saber, bien querido lector lectora, que el periodismo veracruzano perdió demasiado con su muerte, y nosotros, sus amigos, nos vamos quedando cada vez más solos. Pero, detrás de los polarizados vidrios de mi oficinota que me separan insistentemente del extenso jardín que mi señora madre cuida, la vida sigue. A veces, coincidirá conmigo, se hace patente la relatividad del tiempo y un minuto dura años, y aunque nos detuvimos por muchos minutos a reflexionar y recordar a Hipólito… la vida sigue. Cuando yo muera, la vida continuará (qué certeza tan triste). Sufrirán, sé que sufrirán, pero hágame un favor, cerciórese de que me cremen porque tengo la ligera sospecha de que esos desalmados que se hacen llamar mis familiares, son capaces de enterrarme así, enterito. Quiero que me cremen porque, en parte, no quiero que me pase lo que a Blacamán, el Malo. Si no ha leído ese fabuloso cuento de Gabriel García Márquez, no sabe lo que se ha perdido. En esa narración, y sin el afán de echarle a perder el final, había dos Blacamanes: Blacamán, el Malo; y Blacamán, el Bueno, Hacedor de milagros. El malo le hace pasar una vida infernal al otro, y después de tanto y tan brutal abuso, Blacamán, El Bueno, adquiere los verdaderos poderes mágicos que el otro jamás tuvo. Pero no le cuento más, lo invito a leer el cuento para no arruinarle el final. Lo que sí le puedo decir es que cada vez que escucho un comercial de Héctor Yunes diciendo “…por eso a mí me dicen Yunes, el Bueno”, no puedo evitar evocar inmediatamente a Blacamán, quien tuvo que padecer la ira de su mentor: “…Me quitó los últimos trapos de encima, me enrolló en alambre de púas, me restregó piedras de salitre en las mataduras, me puso en salmuera en mis propias aguas y me colgó por los tobillos para macerarme al sol, y todavía gritaba que aquella mortificación no era bastante para apaciguar a sus perseguidores. Por último me echó a pudrir en mis propias miserias dentro del calabozo de penitencia donde los misioneros coloniales regeneraban a los herejes, y con la perfidia de ventrílocuo que todavía le sobraba se puso a imitar las voces de los animales de comer, el rumor de las remolachas en octubre y el ruido de los manantiales, para torturarme con la ilusión de que me estaba muriendo de indigencia en el paraíso”. Hay dos Yunes en la boleta. A uno lo han querido definir como el Yunes Malo y a otro como el Yunes Bueno. ¿Qué tan malo será uno y qué tan bueno será otro? Dios me libre de tener que discernirlo (hágalo Usted). Lo que sí sé es que García Márquez al final de su cuento, da una vuelta de tuerca espectacular y quien era Blacamán, el Bueno, finalmente tuvo su venganza y esa venganza fue para siempre. Enfrente tenemos una elección que marcará los caminos de Veracruz, lo que se haga ahora no lo podremos deshacer en un futuro. No es mi papel decir si hay uno bueno y uno malo, ni mucho menos definir quién de los dos debe llevar tal o cual mote. Pero lo que sí me queda claro es que, por el bien de Veracruz, si uno de los dos Yunes gana la próxima elección, ojalá sea el Yunes Bueno, el bueno de a de veras. Cualquier comentario de esta columna descoyuntada, favor de enviarlo a atticusslicona@gmail.com, y puede seguirme en twitter en @atticuss1910 |