Lo que se está viviendo en Catemaco refleja no sólo el sentimiento dañado de un pueblo; de una sociedad que se siente lastimada y maniatada ante la inseguridad; refleja también el hartazgo y la ausencia de poder. No la falta de un poder gubernamental por controlar una turba iracunda (esa finalmente es parte de una población desprotegida que cuando cae en excesos pareciera más prudente permitir el desahogo), sino la falta del poder estatal que por Ley y por decreto, tiene el monopolio de la fuerza contra la delincuencia, pero que no lo usa porque no sabe cómo usarla o porque no quiere usarla. Finalmente, cualquiera de las dos opciones es intrascendente para la gente común. El Palacio Municipal de Catemaco ha sido incendiado, las instalaciones de la CFE vandalizadas, cajeros automáticos saqueados y han tomado la gasolinera de San Andrés y la casa del Presidente Municipal, Jorge González Azamar. En momentos parieciera que para el Gobierno es más importante deslindar a la población y feligreses de agitadores infiltrados, que en controlar los desmanes generalizados. Los llamados a misa se han convertido en llamados a la paz… Veracruz está siendo llamado a misa, a la paz, pero desde cualquier cocina jarocha se llama a la resistencia y al “no más”. La ausencia de un cura provoca la ira de Catemaco... pero la ausencia de seguridad provoca angustia en Veracruz.