Los sabios de la política reflexionan a una semana de despedir el sexenio y darle la bienvenida al Gobierno de Miguel Ángel Yunes Linares. Muchos festinan el momento así: “por fin”, “ya se acabó”, “se terminó la pesadilla”. Sin embargo, hay que medir adecuadamente esos festejos, pues las deudas no son personales, sino institucionales… los problemas tampoco son de una o varias  personas que con su salida se termine la pesadilla, pues los estragos son estatales. Miguel Ángel recibirá un Estado quebrado (ya es hasta lugar común esa expresión), pero la cruda puede ser peor que la borrachera de no ocupase los mecanismos adecuados y las prácticas administrativas correctas. Se habla mucho de que habrá una barredora general de empleados de confianza… ¡Aguas! No todos esos empleados tienen cola que les pisen y cargaron sobre sus hombros la chamba institucional, (pese a que los antisistema griten que no se salva ni uno), y despedirlos así por así, sin las justificaciones que marca la ley, podría generar una cascada de demandas laborales que podrían ahogar al Estado no en el 2017, pero sí en el 2018 y años posteriores, y OJO, los laudos laborales serían una lápida igual o más grande que la que nos deja Javier Duarte… Canillazos para quienes piensen que voluntariamente los “de confianza” entregarán sus renuncias.