Todo un show el de Javier Duarte ayer en Guatemala.

Mandaba saludos a las cámaras, saludaba de mano a todo el que podía, su corte de cabello, su abundante y descuidada barba; y de no ser por su condición de reo podría decirse que está feliz.

Una felicidad fincada quizá por estar a punto de salir de esa pestilente y peligrosa cárcel, o quizá por estar seguro que lavándose las manos y culpando a sus colaboradores exsecretarios de despacho de desfalcar a Veracruz podrá viajar a Londres, con un político “borrón y cuenta nueva”. 

Pero a los ojos de la realidad, qué estupidez la de culparlos del "gran robo", pues aparte del tema moral, Duarte cometió un error estratégico monumental de aprendiz. Lavarse las manos en el umbral de su difícil juicio que habrá de enfrentar.

Con esa declaración libera a todos sus ex secretarios de cualquier compromiso con él, y ahora los fiscales, sobre todo el de Veracruz, lo van a hacer cantar hasta con mariachis.

Ya parece que se van a sacrificar por él sus secuaces. ¡Vaya estrambótica idea!

Acaba de dar licencia para que todos sus colaboradores lo empinen y lo hundan en la cárcel… ¡Una estupidez! ¿No le parece?