Son las cinco cuarenta de la mañana en el Paseo de Los Lagos. Se pone el uniforme y sentado, junto a la bodega donde se guardan las herramientas, toma unas ramas que ata con habilidad alrededor de una vara. Construye su escoba mientras planea el día, como lo ha hecho cada mañana desde hace 32 años. Es don Jorge Lozano Vázquez, jardinero del Ayuntamiento de Xalapa.
Amanece. La claridad se extiende sobre los espejos de agua. Cuando algunos corren por deporte en la zona universitaria y otros lo hacen –literalmente– hacia sus trabajos o escuelas, don Jorge se arma con rastrillo, tijeras y machete para iniciar la tarea.
Comenzó a los 18 años, y no es broma cuando afirma: “Yo considero a este lugar como mi segunda casa”.
La entrevista no podría hacerse más que caminando, mientras nos muestra su labor: “Mira las azaleas, es época en que florean… ¿Ves estos arbustos?, hay que dejarlos bien recortados, para que se vean bonitos”.
Se detiene en el tercer lago, voltea hacia el puente y señala las orquídeas que también están floreando, las camelias, y recuerda como para sí, con nostalgia: “Hace bastantes años todo estaba alumbrado, más limpio”.
Camino al cuarto lago lanza otro dato: todos los árboles, los ficus y los liquidámbares, las plantas, las flores, el follaje, los sembraron él y algunos compañeros 15 años atrás. Más de 200 árboles. “Todo esto estaba pelón y la verdad siento bonito verlos crecer; todos los días paso por aquí, y mira, ya están altos”.
Emocionado, comienza a señalarlos: “éste y aquel… esta haya la sembré pequeñita y ve cómo está ya de grande”. Los mira con orgullo, como quien muestra las fotografías de sus hijos adultos.
Ficus, hayas, naranjos, floripondios amarillos, azaleas, truenos, camelias, muñecas, listoncillos y arrayanes dan vida a los jardines del cuarto lago, que don Jorge formó. En el centro de la isleta está un liquidámbar, el primer árbol que sembró.
Aunque su carrera no comenzó en Los Lagos. Anduvo un tiempo cuidando las jardineras de las avenidas de la ciudad: “Un encargado de cuadrilla fue el que me enseñó, yo no sabía ni agarrar el machete. ‘No aprietes mucho, pon flojita la mano. Te voy a poner un rato a chapear, un rato a barrer, y poco a poco vas a ir aprendiendo’, me decía”.
Como al mes y medio se “puso al tiro”, cuenta. Le entró a recortar, luego a sembrar y a dar forma a las plantas, aprendió a quererlas.
La gente a veces no piensa en quienes están detrás de estos jardines –dice–, en este trabajo, y aquí por ejemplo “semos tres nada más”. Por eso le da mucho gusto cuando alguien les agradece o reconoce su labor, humilde y muchas veces anónima.
Ellos dedican dos días enteros a barrer: lunes y miércoles, y el resto a “jardinear”, excepto en verano e invierno, cuando la mayor parte del tiempo andan levantando el deshoje.
La flor que más le gusta a don Jorge es la bugambilia (buganvilia), que sugiere sembrar en toda la orilla de los lagos. “Además, hay de muchos colores: roja, blanca, amarilla, naranja, morada… imagínate… se vería muy bonito”.
Entre sus planes no está la jubilación. Aún se siente fuerte y disfruta de su trabajo; tanto, que todos los días llega una hora antes y se va media hora después, “y lo seguiré haciendo, porque así me gusta”. |