En algo tiene razón el Presidente Enrique Peña Nieto, quien lanza una última llamada a un PRI que se niega a morir: deberá cambiar “de nombre y de esencia, porque si conserva los apellidos entonces no funciona”.

Hay muchos que ven esto como la única opción aunque los románticos no lo quieran, pero no es la primera vez que el PRI habría cambiado de nombre y esencia.

Comenzó como Partido Nacional Revolucionario (1928-1938); Partido de la Revolución Mexicana (1938-1946); y Partido Revolucionario Institucional del ’46 a la fecha.

En la reveladora entrevista que otorgó a La Jornada, Peña reconoció que “esta elección y las anteriores dejan ver un estigma muy señalado y muy asimilado en la sociedad, lamentablemente, de desgaste y de reproche hacia el PRI como marca”.

Ahora que comenzaron los Foros de Diagnóstico en el PRI, deberán poner sobre la mesa seriamente esta posibilidad, y no en los Estados (pura vacilada) sino en la cúpula priísta.

Cien años después, seguir enarbolando los principios revolucionarios o las instituciones, ¿Abona cuando jamás se comprometieron ni lo cumplieron?

¡Caray! El PRI o sigue el último consejo de un primer priista a punto de partir al exilio político, o jamás lo verán volver. Peña Nieto propone sepultar al viejo PRI, para que renazca con un nuevo rostro y marca.