La caída de un funcionario corrupto normalmente se acompaña de un ambiente de fiesta entre las mujeres y los hombres de bien, quienes recibimos la noticia con la natural alegría que acompaña saber que se ha hecho (o se está haciendo) justicia.
Pero no hubo jolgorio en el encarcelamiento del general Salvador Cienfuegos. Ni siquiera el presidente Andrés Manuel López Obrador lo festinó. ¿Por qué? ¿No deberíamos estar contentas y contentos?
El encarcelamiento de alguien que traicionó sus juramentos a la Patria sin duda nos satisface por la confirmación implícita de que la época de impunidad se ha terminado en nuestro país. Nos reconforta saber que quienes antes se habrían salido con la suya ahora están pagando.
Pero tratándose del exsecretario de Defensa, la revelación necesariamente contiene un componente doloroso. Ya está en la cárcel. Pero, ¿en manos de quién estaba el país? ¿Cómo él, precisamente él, que representaba a una de las instituciones más admiradas, respetadas y queridas por mexicanas y mexicanos de todo el espectro ideológico?
Un hombre de 72 años que sirvió al Ejército por medio siglo, que alcanzó el mayor honor al que puede aspirar un soldado y que ahora podría pasar el resto de su vida con un traje naranja de reo federal en Estados Unidos.
Lo dicho: hay más tristeza que alegría en el caso de Cienfuegos.
Justo la reacción del Presidente refleja el significado de este descubrimiento terrible. Y su reacción fue de mesura, de llamado a la serenidad y de no caer en el juicio rápido que cuestione la honorabilidad de nuestras Fuerzas Armadas como instituciones, más allá de las malas conductas de alguno de sus uniformados.
Personalmente, lo digo convencido: a pesar de lo que acabamos de ver, creo que nuestras Fuerzas Armadas representan un bastión de confianza para México y que en ellas sirven mujeres y hombres admirables por su entrega a la Patria en tareas delicadas, peligrosas y demandantes.
Que sería injusto achacarles a ellas y ellos alguna culpa de quien alguna vez fue su comandante.
La otra reflexión inevitable es preguntarnos: Si eso era por cuanto hace al Secretario de la Defensa, ¿qué podemos esperar de las demás áreas de Gobierno en el régimen anterior?
No es que seamos ingenuas e ingenuos. Desde luego que ya sabíamos que había un nivel de corrupción atroz. Lo que pasa es que confirmarlo a este grado no deja de ser penoso.
Juan Javier Gómez Cazarín
Diputado local del Congreso de Veracruz, presidente de la Junta de Coordinación Política. |