Los Políticos.

Desmenuzando a Mitofsky
Por: Salvador Muñoz.
2025-12-18
Siempre he afirmado que cuando se toca fondo, sólo queda un camino: todo para arriba. El problema de Veracruz es que toca fondo… y sigue excavando.
El Ranking Mitofsky de noviembre coloca a Rocío Nahle en el lugar 31 de 32 gobernadores del país. No es una opinión malintencionada. Es estadística. Es encuesta. Es gente respondiendo desde su celular mientras hace fila en el Oxxo.
41.7% de aprobación. Ni siquiera alcanza para presumir “empatamos con el promedio”. No. El promedio nacional anda por el 50%. Veracruz decidió competir, pero en otra liga: la de los rezagados crónicos.
Lo interesante –y lo preocupante– es que esto no ocurre después de un sexenio desgastado (como pudiera uno pensar en Campeche, que cierra su ciclo este 2027) sino a los doce meses de gobierno… cuando todavía hay crédito, cuando todavía se puede culpar al pasado, cuando la excusa de la curva de aprendizaje, cuando el discurso de “estamos acomodando la casa”, sigue siendo creíble. Aun así, la casa ya se ve chueca.
En el ranking de gobernadoras con A, la cosa es todavía más cruel: último lugar. Trece gobernadoras evaluadas y Veracruz cierra la lista como quien apaga la luz. Mientras Quintana Roo presume 57% y la Ciudad de México rebasa el 53, Veracruz se conforma con no caer más… por ahora.
Aquí siempre aparece el argumento regional: “es que Veracruz es complicado”. Falso. En la región Centro, Hidalgo, Puebla y la CDMX superan con holgura el 52%. Veracruz se queda en 39.4%. No es la región. Es la gestión. O peor aún: la percepción de ella.
Y luego está el dato que ningún operador político quiere explicar en público: la diferencia entre la aprobación de la Presidenta y la de la gobernadora. En Veracruz, la brecha es de casi 27 puntos. Es decir, la Presidenta gusta. La gobernadora no tanto. El movimiento aguanta. El gobierno local no jala.
Eso, en términos políticos, es dinamita con temporizador.
Porque cuando la marca nacional es fuerte pero la local no conecta, el problema no es ideológico. Es administrativo, comunicacional o de sensibilidad. O todo junto. Y eso no se arregla con giras, selfies ni discursos de aplauso automático.
Veracruz no es cualquier estado. Son más de ocho millones de habitantes. Un monstruo electoral. Un botín político. O debería serlo. Hoy, con estos números, es más bien un foco rojo con letrero de “maneje con precaución”.
Lo irónico es que Rocío Nahle llegó con reflectores, con fama nacional, con narrativa de eficiencia técnica. Justamente por eso el golpe duele más. Porque la expectativa era alta y el resultado, bajo. Muy bajo. Nivel sótano con humedad.
Y en política hay una regla no escrita: la gente puede perdonar errores, pero no la sensación de que nada mejora. Cuando la aprobación cae tan rápido, no es por un escándalo aislado, sino por una acumulación silenciosa de molestias cotidianas.
Veracruz hoy no está perdido, pero sí desorientado. Y si el gobierno sigue creyendo que el problema es la encuesta y no lo que la genera, el próximo ranking no será sorpresa. Será confirmación.
Ya casi es Viernes. Y los números no se infartan.