El sabor en el aire que dejó la final de ida no fue habitual. Difícilmente se notan juegos tan intensos cuando quedan todavía 90 minutos por tramitarse.
Tigres y América no desmerecieron y ofrecieron un templo de buen futbol y corazones en éxtasis en un duelo empatado que tiene aún mucho papiro por escribir.
En Tigres, el equipo ha pasado a ser una constelación de hombres consagrados al servicio de André-Pierre Gignac, quien es la farola del futbol mexicano. Todo el bloque que mandó Ferretti fue en servicio del francés.
El encuentro estaba en el alambre, sostenido por el esfuerzo del América que pareció no resentir en las piernas el trajín a Japón, cuando todo se trastocó.
Sólo unos minutos antes del gol felino había existido un penal, tan dudoso como esos gustos culposos de Paul Delgadillo a la hora de influir en los marcadores.
Oribe Peralta fue derribado apenas por Jesús Dueñas, pero el silbante le dio la oportunidad a las Águilas.
El mismo ariete americanista, tan infalible en otras ocasiones, pensó dos veces el tiro y la mandó al larguero.
Algo sucedió en ese momento que Ricardo Ferretti pidió a Gignac acercarse para charlar.
América erró el penal y entonces el partido entró en el ecosistema Gignac. Un frágil error de Bruno Valdéz al no controlar un balón en medio campo, dejó la avenida al francés que se fue con toda su lámina sobre la portería de Moisés Muñoz para definir por en medio de sus piernas.
Un solo tiro en el rifle bastó para que las Águilas maldijeran su suerte, las oportunidades fallidas y el penal equivocado.
Ferretti rió de lo lindo porque sabía que una cosa estaba clara, el balón hay que entregárselo a Gignac para que resuelva, es como esa anécdota de César Luis Menotti cuando un jugador le preguntó que cuántos balones tenían que pasarle a Maradona, “todos”, le aclaró.
Así era en esta final. Tigres, que hasta entonces había pasado inadvertido en el primer tiempo, le dejó una bala en el fúsil a su cazador y depredó al América.
Era André-Pierre Giganc y el resto de la tropa detrás de él. Pero La Volpe también tiene mucho de viejo y de diablo.
Es un hombre que hace variar el dibujo en su parado táctico sin cambiar de filosofía.
La entrada de Edson Álvarez fortaleció a las Águilas que no bajaron la guardia. Antes bien propusieron el combate a pecho descubierto con la rispidez de dejar los espacios a los Tigres.
Y una cosa era obvia. Gignac aseguraba ocasiones de gol y al momento de salir lesionado por un golpe de Pablo Aguilar, algo hubo de descanso en la turbia alma americanista.
Fue cuando el tablón se le movió a Ferretti, acostumbrado a atesorar ventajas como esos viejos avaros que acumulan monedas en sus escritorios.
Cerró filas y puso candados pero el América iba con banderas desplegadas, buscando el premio a un partido arrojado en donde no merecían la desventaja.
En un tiro de esquina, Pablo Aguilar saltó con conciencia de sólo mover el esférico para que un compañero la mandara al fondo, ése fue Bruno Valdez, hombre de todo pundonor que hizo explotar las redes y las gargantas de los aficionados americanistas.
Con Gignac siendo atendido por los médicos y al quedarse sin su farola, los Tigres se resguardaron mientras que las Águilas apretaron el acelerador.
Prendiendo y apagando el partido, ambos equipos midieron fuerzas para entregar un resultado que deja todo abierto. Ni las excusas del cansancio ni el parón de 18 días basta. Lo que viene para el estadio Universitario, se antoja mucho mejor de lo que ofrecieron esta noche.
CON INFORMACIÓN DE:http://www.espn.com.mx/futbol/cronica?juegoId=468820
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