En Estados Unidos, más de 10.000 personas mueren cada año en accidentes de tráfico relacionados con el consumo de alcohol, según datos de Centers for Disease Control and Prevention. Para poder visualizarlo mejor: 28 personas diarias, una muerte cada 53 minutos. En México, el séptimo país en muertes por accidente de tráfico en el mundo, mueren 24.000 personas cada año por conducir bajo los efectos de bebidas etílicas, según la Organización Panamericana de la Salud, la oficina regional de la OMS; 55 muertos cada día.
En España, cerca del 40% de los conductores muertos en carretera presentaban alcohol o drogas en su organismo en el momento de su muerte, según datos obtenidos de las autopsias que realiza por ley el Instituto Anatómico Forense a quienes mueren de forma traumática.
El endurecimiento de los códigos penales y la reducción de los límites de consumo de alcohol al volante han tenido resultados limitados. A pesar de los puestos de control de la policía y de las medidas penales puestas en marcha, aún existen inercias y resistencias culturales. Muchas personas conducen bajo los efectos del alcohol aunque hayan visto impactantes campañas o hayan escuchado miles de veces las posibles consecuencias. Las personas colocan cierta barrera para afirmar “eso a mí no me puede pasar”.
Se puede abordar un cambio de cultura desde la educación y el diálogo dentro de las familias para que las personas, dueñas de su libertad individual, incorporen también un sentido de responsabilidad colectiva al conducir con alcohol en la sangre. Llevan a sus espaldas su vida y la de las personas que le acompañan en el coche, y la de todas las personas, conductores y peatones, se van a cruzar en su camino hasta llegar a su casa.
Muchas personas no llevan coche cuando saben que, con mucha probabilidad, van a beber. Pero luego, liberados de esa responsabilidad y con el sentido del juicio y de la responsabilidad nublados, se suben, acompañan a conductores que quizá sí han consumido. Por eso no se trata de traspasar la responsabilidad a otros sin más ni de plantear el problema de forma individualista. Con alcohol de por medio, se pueden incentivar medios de transporte públicos o alternativos: Metro, autobuses o taxis. Resulta paradójico negarse a subirse a un taxi por cuestiones de seguridad y preferir en su lugar conducir ebrio o ir de copiloto con alguien que ha bebido o consumido alguna sustancia.
Todo cambia para muchas personas un instante a causa de una serie de decisiones. Como la vida no tiene botón de Rewind, tenemos la responsabilidad de vivir con plenitud y de buscar la felicidad sin poner a otros y a nosotros mismos en peligro.
Carlos Miguélez Monroy
Periodista
Twitter: @cmiguelez |