Vimos lo que hace dos años era impensable: la Bandera de México orgullosa en el Jardín de las Rosas, a unos pasos del Salón Oval, con el presidente Trump hablando bien del nuestro y de nuestros paisanos. Un éxito que reitera lo ya sabido: el respeto se gana y Andrés Manuel se ganó el de Donald Trump.
Dos cosas de las que se ha hablado muy poco de esta visita y que me llamaron la atención fueron las siguientes: Por un lado, el tiro de gracia a la faramalla del avión presidencial –el que no tenía ni Obama- que, ya quedó demostrado, nunca fue necesario, ni justificado, ni oportuno y que fue siempre una fantochería frívola, insultante para el pueblo.
Con sus escalas en Atlanta de ida y en Miami de regreso, el Presidente se movió seguro por los cielos de México y Estados Unidos en vuelos comerciales, rodeado de pasajeros comunes, llegando a tiempo a sus compromisos.
Y por otro lado, el lamentable espectáculo de algunas y algunos aquí en México cuya identificación con proyectos políticos contrarios a la Cuarta Transformación, los llevó a la aberración antipatriótica de mantener los dedos cruzados a la espera de que la visita fuera un fiasco.
Su ardiente deseo de ver fallar a Andrés Manuel es más fuerte que cualquier resquicio de solidaridad con la causa común de todas y todos los mexicanos dibujando de cuerpo entero su hipocresía.
De pena ajena. Y como no hay que desearle mal a nadie, yo les deseo pronta recuperación con la Vitacilina. |