Yo no tuve que cruzar medio mundo para llegar a ese paraíso, aunque bien vale la pena cruzar medio mundo para conocerlo.
Tampoco fui de turista, como los invito a ustedes a ir en cuanto se pueda, porque la pandemia todavía no nos lo permite a plenitud.
Mi visita a Arroyo de Liza, en San Andrés Tuxtla, fue para cargar bultos de cemento y palear concreto.
Y no es queja, al contrario, es orgullo y satisfacción. Pocos domingos mejor empleados que aquellos en los que puede uno sumarse al esfuerzo y la decisión de una comunidad de amigas y amigos entrañables que quieren mejorar su entorno.
Pocas jornadas de mayor satisfacción que aquellas en las que comprobamos que la voluntad del pueblo puede, quiere y sabe cambiar su destino.
La calle que pavimentamos juntas y juntos será un testimonio duradero -muy duradero- de que nos tocó vivir una etapa de histórica transformación de Los Tuxtlas, de todo Veracruz y de todo México.
Tendremos el honor de saber que no fuimos espectadores pasivos, sino participantes efectivos.
Algún día, cuando otros visitantes, esos sí turistas ultramarinos, caminen por esa calle, no sabrán cómo la hicimos, pero nosotras y nosotros sí tendremos el recuerdo de aquel remoto domingo de calor, cansancio, bromas amistosas, de un refresquito a la sombra de un árbol.
Hoy me duele un poquito la espalda, pero mi corazón está contento y ese es el que manda. Lo de la espalda se me va a quitar, la felicidad del corazón, nunca.
Diputado local. Presidente de la Junta de Coordinación Política del Congreso del Estado. |