Eliane Brum cuenta como su padre fallecía en la soledad de la UCI, mientras sus familiares y seres queridos esperaban a que el horario de visita les permitiese hacerle compañía. Para ella llegó demasiado tarde, cuando las reglas le permitieron verle, ya había fallecido. No comprendía la necesidad de mantener alejado al enfermo en sus últimos momentos de vida, ni restringir su comunicación por horarios de visita que impiden la cercanía de sus seres queridos. No pudo despedirse de su padre debido a unas “reglas sin sentido”.
La dignidad de la muerte es un derecho del paciente. Una fase tan traumática como es la última fase de la vida merece respeto y comprensión. Estas personas, conscientes o no de su devenir, necesitan la compañía de sus seres queridos, el cariño, y el trato humano del personal médico. La humanización de la medicina es un problema latente de la sociedad actual. No podemos olvidar que aquel enfermo, aquella anciana o aquella persona en cuidados paliativos siguen siendo personas y no meros objetos de la medicina. Todos merecen una muerte digna frente a “vivir sin vida” y libertad de elección sobre su futuro.
La soledad de la muerte no ha de ser acentuada por protocolos que no se adaptan a la situación humana. Debemos comprender la fragilidad de la situación y no restringirnos a datos científicos y diagnósticos médicos. Puede que le paciente no sienta, pero sus seres queridos sí.
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