El problema eran los resultados.
Una lógica muy elemental nos dice que cuando la teoría y la realidad no coinciden, la realidad no puede estar equivocada. Los científicos de ciencias duras lo saben muy bien. Cuando la observación de un fenómeno contradice sus teorías, por ejemplo los físicos, no le echan la culpa a la realidad, sino que se ven obligados a repensar y reescribir sus fórmulas. Algo debe estar mal, en algo me equivoqué, piensan. Los científicos serios siempre tienen el borrador a la mano.
A los economistas neoliberales parece que les cuesta más trabajo reconocer su error. Insisten en que sus fórmulas son las correctas, mientras la realidad de pobreza, desigualdad, injusticia social, pérdida de calidad de vida, inminente colapso de nuestro sistema de pensiones, depredación de recursos naturales, rezago educativo, migración forzada, patrimonio cultural en riesgo, sistema de salud precario y un largo rosario de fenómenos derivados de lo anterior: violencia, drogas, desintegración social les escupen en la cara su error.
Desobedecer al FMI no es un asunto de arrogancia ideológica. Es un tema de elemental sentido común, porque sus fórmulas no sólo no parecen habernos ayudado, sino que nos han hundido en una situación donde 52 millones de personas son pobres y, de ellas, 9 millones son extrema pobreza, definición que incluye padecer hambre.
Así que mexicanas y mexicanos podemos celebrar que tenemos un Gobierno que ejerce su Soberanía, que respetuosamente declina las amables indicaciones del FMI como lo que son y que sigue por la ruta que dicta la sensatez, como quien abandona una dieta que lo ha enfermado.
Hoy, afortunadamente la refinería de Dos Bocas sigue en marcha.
Concluyó con la famosa frase que se le atribuye erróneamente a Albert Einstein. En verdad nadie sabe quién la dijo, pero su origen anónimo no le resta razón: locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando resultados diferentes.
*Diputado local. Presidente de la Mesa Directiva. |