La pregunta de fondo es inevitable: ¿se romperán ahora las cadenas corruptivas que llevaron a decenas de alcaldes de oposición a doblegarse ante los designios del autoproclamado “defensor de la negritud”?
Durante su gestión, Veracruz vivió uno de los periodos más oscuros en materia de violencia e inseguridad. Homicidios, desapariciones y un control territorial fragmentado por grupos criminales fueron la constante, mientras el entonces secretario ocupaba su tiempo en guerras políticas, persecuciones selectivas, espectáculos mediáticos y su intento frenético por escalar posiciones.
Hoy, cuando las cifras de incidencia delictiva muestran una tendencia a la baja, la pregunta vuelve a incomodar: ¿a dónde irán ahora quienes lo acompañaron en sus aventuras políticas y en los excesos de poder? Empezando por la propia titular de la Fiscalía, sobre quien pesan señalamientos graves de corrupción y uso faccioso de la institución.
¿Dónde están ahora Yair Ademar Domínguez Vázquez, aquel encargado de la Subsecretaría de Gobierno; Israel Hernández Roldán, operador en Asuntos Jurídicos y Legislativos; o Rafael Castillo Zugasti, beneficiado como titular del Invedem? ¿En qué madriguera política quedaron Naldy Patricia Rodríguez Lagunes y su equipo del extinto IVAI, pieza clave en la red de control informativo? ¿Qué fue de Clementina Salazar Cruz y su arropada estructura?
A la lista se suman las entonces titulares del Instituto Veracruzano de las Mujeres, María del Rocío Villafuerte Martínez, y del DIF estatal, Rebeca Quintanar Barceló, ambas señaladas por su subordinación al proyecto cisnerista y su papel en el sostenimiento de su influencia territorial.
Todo ese contingente que se alimentó del poder ajeno, que vivió de sus favores y ejecutó sus vendettas políticas, hoy se encuentra escondido, agazapado, esperando —como es tradición en la política menor— el siguiente zarpazo, el momento adecuado para ofrecerse nuevamente al mejor postor o para resucitar al personaje que los condujo al borde del precipicio.
Y si hablamos de reacomodos, no puede quedar fuera Lisbeth Aurelia Jiménez Aguirre, expresidenta del Tribunal Superior de Justicia, señalada en múltiples ocasiones como pieza cercana al exsecretario. Su nombre aparece otra vez, justo cuando se menciona que podría aspirar a ocupar un lugar relevante en la nueva estructura judicial.
Mientras tanto, Verónica Hernández prepara su salida… y Jiménez Aguirre, su presunta llegada a la FGE.
La interrogante es directa: ¿tendrá presente la gobernadora Rocío Nahle García los afectos, vínculos y complicidades que por años tejieron estos personajes?
El tiempo lo dirá. Pero algo es seguro: en Veracruz, los hilos del poder nunca se cortan del todo. Solo cambian de manos. Y algunos, aunque huérfanos, siguen moviéndose en la sombra, esperando volver a tirar de ellos.
Sextante.
Celia Patricia Lagunes se ha convertido en una de las apuestas más frescas del PRI en un momento en que el tricolor enfrenta su mayor reto generacional. Desde la Red de Jóvenes por México, la joven de Paso de Ovejas ha asumido una tarea nada sencilla: reconectar al partido con una base juvenil que exige perfiles preparados, auténticos y con visión de futuro. Su trabajo, todavía discreto pero constante, muestra que el priismo aún tiene cuadros con formación y disciplina política capaces de reconstruir espacios perdidos.
Lagunes representa justamente eso: un activo valioso que entiende el nuevo lenguaje de la participación pública y que puede convertirse en un puente entre el viejo andamiaje partidista y las exigencias de una juventud más crítica y demandante. En tiempos en que las mujeres se han abierto camino con decisión —en Veracruz y en el país— su figura envía un mensaje claro de renovación, inclusión y pertinencia.
Habrá que ver si el PRI está dispuesto a capitalizar ese talento o vuelve a desperdiciar a sus mejores perfiles. Por ahora, Celia Patricia Lagunes demuestra que hay futuro si el partido decide apostar, de verdad, por sus nuevas generaciones.
Al tiempo.
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(COLUMNA "ASTROLABIO POLÍTICO") |