La lección de llevar al poder a líderes demagógicos
La noticia del día es sin lugar a dudas, la toma violenta del Congreso de los Estados Unidos por una turba de seguidores del todavía presidente Donald Trump, en un intento más por impedir la toma de posesión del Poder Ejecutivo en ese país por el -ya reconocido- ganador Joe Biden.
El ataque al proceso democrático en los Estados Unidos fue reprobado por amplios sectores políticos no solo de ese país, sino a nivel internacional.
Acá en el terruño nacional, no se hicieron esperar también las reacciones, de quienes cuestionaron acerca de las semejanzas en el llamado estilo personal de gobernar, entre los presidentes de Estados Unidos y México.
El cuestionamiento más interesante que se hacen los analistas políticos, es ¿qué pasará cuando le llegue el turno de decir adiós al poder, al presidente de México Andrés Manuel López Obrador?
¿Se habrá de aferrar a la silla presidencial, como lo está haciendo ahora Donald Trump.?
¿Se irá -como lo prometió- con toda calma a descansar en su rancho en Chiapas.?
Por lo pronto, el periódico Reforma, en la columna Templo Mayor así analiza hoy el tema:
¿QUÉ PASA cuando un gobernante alimenta desde el poder la polarización de la sociedad y el desprecio por las instituciones? Sucede lo que ayer se vio en Washington: el triste espectáculo de una turba tomando por asalto la sede del Poder Legislativo.
Y AUNQUE las comparaciones suelen resultar odiosas, es imposible no ver los paralelismos entre la forma de gobernar de Donald Trump y la de Andrés Manuel López Obrador.
EL ESTADOUNIDENSE llegó a la Casa Blanca con la promesa de limpiar la vida pública y terminó ensuciándola todavía más. Gobernar desde la retórica de la verdad alternativa, la de los otros datos, terminó por llevar a los fanáticos del Presidente por un camino peligroso.
SUENA fuerte, pero es necesario preguntarlo: ¿Washington 2021 es un adelanto de lo que podría ser México 2024?
Por el bien de la República, ojalá que no.
En otro de los periódicos descalificados por el presidente López Obrador como de la mal llamada prensa Fifi, el Diario El Universal, en la columna serpientes y escaleras de Salvador García Soto publica:
Las increíbles imágenes que ayer miércoles presenciamos en el edificio del Capitolio de la ciudad de Washington, DC, con la toma violenta de seguidores de Donald Trump que, azuzados por su líder, desconocieron el resultado de la elección presidencial y se apoderaban por la fuerza del Congreso de Estados Unidos, representan la confirmación de que la ola de populismo demagógico que recorre el mundo, sí representa una amenaza real para la democracia y la convivencia civilizada y que, a través del autoritarismo más violento, es capaz de poner en jaque incluso al sistema político y democrático considerado el más estable del mundo.
Porque nadie puede llamarse sorprendido con la violencia política que ayer estalló en la capital estadunidense, que por más inédita en la historia reciente de la superpotencia, estaba más que cantada y latente, al haber sido desde un principio la estrategia política del mismísimo Presidente de Estados Unidos, quien desde su fallida campaña reeleccionista había descalificado anticipadamente los resultados electorales y había anticipado las denuncias de un “fraude” con el que, decía, intentarían arrebatarle el poder.
Cuando ese discurso se materializó en una negativa obstinada a reconocer la derrota y a no conceder la elección del nuevo presidente demócrata, Joe Biden, lo único que faltaba era el llamado de Trump que le diera luz verde a sus enardecidos y fanáticos seguidores —los “patriotas” como los llamó su hija Ivanka— para que salieran disparados a incendiar el seco pastizal de una sociedad hondamente dividida y polarizada.
La paradoja es que ayer no tuvo que ser un ejército ni un líder extranjero el que ordenara desatar el caos. Esta vez el intento de desestabilización, la interrupción del proceso de constitucionalidad y la violencia surgieron desde adentro, desde la misma oficina oval y de su propio Presidente, quien se confirmó como la mayor amenaza que haya enfrentado en más de dos siglos la democracia estadunidense.
Donald Trump le dio ayer al mundo y a sus paisanos una clara lección: llevar al poder a líderes demagógicos, delirantes y autoritarios va más allá de lo anecdótico o del consabido derecho del pueblo a equivocarse y constituye un peligro real para la estabilidad y la democracia de un país, así sea la superpotencia, cuando ese autoritarismo se desborda y se niega a abandonar el poder.
Lo más preocupante de lo que ocurrió ayer, visto desde la óptica de este lado del río Bravo, es que haya sido justamente a ese líder autoritario y demagógico al que el presidente Andrés Manuel López Obrador haya decidido respaldar y apoyar abiertamente, primero en su campaña con aquella elogiosa visita a la Casa Blanca, y luego en medio de su ya clara derrota, cuando decidió motu proprio, dar validez a las denuncias de fraude enarboladas por Trump y que nunca pudieron ser probadas, posponiendo por más de dos meses el reconocimiento a la nueva presidencia que encabezará Joe Biden.
Ojalá todo eso no sea premonitorio para los mexicanos y que lo ocurrido en Washington en los albores de este 2021 no se repita en el México del 2024.
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