Jamás aceptó su responsabilidad en la matanza del 68 a pesar de que era Secretario de Gobernación y tampoco en la del Jueves de Corpus cuando ya era Presidente. En relación a ésta última, le cargó el sambenito al regente capitalino Alfonso Martínez Domínguez.
Su idolatría por Benito Juárez no conoció límites y soñó con equipararse al Benemérito.
Durante su mandato se recrudeció la llamada Guerra Sucia en la que cientos (o miles) de personas fueron torturadas, asesinadas o desaparecidas.
Con él se acabó el “Milagro Mexicano” que nació en 1940 y se caracterizó por el crecimiento económico continuo y sostenido del país.
Expropió miles de hectáreas de tierras que regaló a los campesinos, pero no les dio aperos de labranza y las tierras murieron de inanición. Más adelante les dio créditos en efectivo a cuenta de sus cosechas, pero los campesinos se gastaron el dinero en otras cosas e hicieron quebrar al Banco Ejidal.
Ha sido uno de los presidentes que más ha viajado al extranjero y en la cumbre de su poder se autoproclamó líder de los Países del Tercer Mundo.
Su política económica fue demoledora: aumentó de manera significativa el gasto público y contrató una deuda descomunal. ¿Resultado? El tipo de cambio que estaba a 12.50 por dólar desde 1954 se fue a 25.50 a final de su sexenio.
La deuda manejable de 5 mil millones de dólares que dejó su antecesor, se convirtió en un impagable adeudo de 27 mil millones de dólares para cuando él dejó el poder.
Ha sido el presidente postrevolucionario que más hostigó, reprimió y persiguió a los periodistas críticos. Pero como contraparte, chayoteó opíparamente a los alcahuetes. Con su auspicio se dio el golpe a Excélsior que culminó con la expulsión de su director, Julio Scherer y su equipo de colaboradores.
Cuando llegó al poder México era una nación pujante, en pleno desarrollo y con una moneda sólida. Y se fue dejando al país en la quinta chilla, con una moneda hecha trizas y la economía colapsada.
Ha sido el único expresidente en recibir dos órdenes de aprehensión por genocidio y fue condenado a prisión domiciliaria de la que fue absuelto en el 2009, con lo que los muertos y desaparecidos en su sexenio jamás recibirán justicia.
Ayer cumplió 99 años y tantito por el Covid, tantito por su delicada salud y tantito porque casi nadie se acuerda de él, pasó su cumpleaños casi en la soledad total.
Hace 44 años, el 1 de diciembre de 1976, dejó la presidencia de la República y desde entonces la historia lo mandó a su patio trasero, ahí donde arrumba a los sujetos indeseables. Es decir, lo mandó a su basurero.
Largo y penoso ocaso para este hombre que buscó con ahínco desenfrenado el premio Nobel de la Paz, la Secretaría General de la ONU y ser puesto a la altura de Benito Juárez
Largo y penoso ocaso para Luis Echeverría Álvarez que nos heredó una nación devastada, lastimada, endeudada, humillada y en la pobreza. Y que recibió de ésta, el mismo regalo que le ha brindado desde hace 44 años y que le brindará por siempre: el más grande olvido y la más cruda indiferencia.
Feliz cumpleaños, don Luis.
Aclaración:
Los primeros tres párrafos de este artículo junto con el título, los escribí el 3 de diciembre anterior cuando de manera fortuita supe que Echeverría cumpliría 99 años este 17 de enero. Y ahí los dejé, en el escritorio de mi computadora. Pero equivocadamente los envié a uno de los portales de noticias donde colaboro que los publicó el día 4. Ayer por la noche en que el expresidente aún festejaba en solitario sus primeras 99 floridas primaveras, los retomé y agregué el resto del texto.
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