El inminente retorno a las aulas que promueven tanto el gobierno federal como el de Veracruz es una muestra más de su irresponsable gestión ante la pandemia, que en números reales supera los 600 mil fallecimientos a nivel nacional. Muertes que habrían podido ser muchas menos si no se hubiese enfrentado la emergencia con criterios meramente políticos. Como sigue sucediendo.
Lo más absurdo es que ni siquiera tiene caso un regreso a las aulas en este momento del periodo lectivo. En el mejor de los casos, queda un mes de clases antes de que concluya el ciclo escolar. ¿Qué beneficios en términos de generación y transmisión de conocimiento podría representar un retorno durante un mes que, además, ni siquiera sería generalizado de todos los estudiantes?
Lo razonable sería prepararlo todo para volver en mucho mejores condiciones en el siguiente ciclo, que inicia en el mes de agosto. Pero para entonces ya habrán pasado las elecciones y ya no serviría para los únicos propósitos del régimen: los de índole político-electoral. Así que la decisión se mantiene en firme. Hasta ahora.
Específicamente en el estado de Veracruz, las autoridades educativas buscan un regreso a las clases presenciales entre el 24 y el 31 de mayo, para lo cual han sostenido reuniones con directivos de escuelas públicas y privadas, con dirigentes sindicales magisteriales, marginando de las mismas a los padres y madres de familia y a los propios estudiantes, cuyos pareceres están siendo recogidos directamente por cada institución educativa.
Pero independientemente de lo que le digan a las autoridades, lo que permea en el ambiente es un rechazo rotundo de padres, sindicatos, docentes y alumnos a un retorno a la presencialidad para el que la mayoría de los planteles educativos no están preparados.
Y no lo están, por principio de cuentas, en materia de infraestructura, pues sus espacios no cuentan con la ventilación adecuada, son reducidos y, en consecuencia, no resultan seguros ni para los estudiantes ni para el resto de los participantes de los procesos de convivencia que implican la impartición de clases en un aula y la necesidad de compartir otros espacios en común (baños, pasillos, comedores, oficinas, etc.).
Sin embargo, los resultados de la sinrazón y la tozudez demostrada en el tratamiento de la pandemia saltan a la vista. E incluso, también los del apresuramiento por empujar a los estudiantes a las escuelas sin que existan condiciones de seguridad.
En el estado de Campeche, el primero del país en el que se decretó el retorno a las aulas desde hace unas semanas, han tenido que dar marcha atrás y suspender las clases presenciales ante lo que lógicamente tenía que suceder: creció el número de contagios y la entidad pasó del color verde al amarillo en el semáforo epidemiológico.
En Veracruz ni siquiera se ha vuelto a las clases presenciales y vamos para atrás. Este fin de semana las ciudades de Xalapa y Coatzacoalcos retrocedieron en el semáforo epidemiológico y pasaron al color naranja, que implica un riesgo alto, por el aumento en los contagios del coronavirus SARS-CoV-2. Y resulta que la capital de Veracruz es la que concentra la mayor densidad de estudiantes de toda la entidad, al ser la sede de la Universidad Veracruzana.
¿Así quieren regresar a las aulas?
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