Aunque López Obrador no aparecía en las boletas electorales, como es lógico, su omniprescencia en el debate público, el peso de los programas sociales y la pobreza de la oferta de la alianza opositora le pusieron las cosas a modo. El presidente por ello se declaraba feliz por los resultados que favorecieron a Morena en prácticamente todo el país y sobre todo porque no se presentaron incidentes graves y se hizo valer la democracia el domingo durante las elecciones intermedias.
Pero quizá lo más relevante es que se acreditó que tenemos una autoridad electoral, el Instituto Nacional Electoral, capaz de organizar elecciones de gran calidad pese al peligroso contexto de polarización y violencia que se ha vivido en los meses recientes. Debemos reconocer que el INE es una pieza fundamental en nuestra democracia y debemos aplaudir el esfuerzo de miles y miles de ciudadanos que participaron como funcionarios de mesas directivas de casilla, como capacitadores, asistentes electorales y como observadores. Entre todos ellos, y los cerca de 50 millones de mexicanos que salimos a votar este 6 de junio, hemos hecho más fuerte a nuestra democracia.
¿Qué nos dejaron las elecciones del pasado 6 de junio?
Morena y sus aliados conservaron la mayoría en la Cámara de Diputados, pero como no será absoluta y menos calificada deberán negociar para reformas constitucionales y decidir sobre temas como la Ley de Ingresos y el Presupuesto de Egresos de la Federación. Con la estimación más optimista de las curules que tendrá en la LXV Legislatura, de 298 de acuerdo con las tendencias de conteo rápido del INE, el bloque oficialista no podrá modificar por sí solo la Constitución desde la Cámara de Diputados. Y para muchos eso es una gran noticia
El partido Morena es el gran ganador, pero en contraste, otro de los ganadores de la elección del domingo 6 de junio es el Partido Verde Ecologista de México que se convierte así en el auténtico partido bisagra en la próxima Legislatura al contar con casi medio centenar de diputados, lo cual, le permitirá conceder a capricho la mayoría a uno u otro bloque, y cotizarse muy caro en términos del trato con el presidente López Obrador. Quizá por ello, y conociendo el carácter mercenario de esta fuerza política, el Primer Mandatario anunció ya que Morena podría alcanzar acuerdos con el PRI para asegurar la ansiada mayoría calificada, pese a que los partidos que formaron la alianza Va por México, PAN-PRI-PRD, suscribieron un acuerdo para mantener su alianza en el terreno legislativo. Ya veremos muy pronto la solidez de ese bloque opositor.
López Obrador dice sentirse satisfecho y muy feliz con esos resultados. Y nos es para menos: el país se pintó de guinda.
Y en Veracruz para el delegado especial de Morena en la entidad los resultados alcanzados por esa fuerza política representan un voto de confianza mayoritario de los veracruzanos a la gestión del gobernador Cuitláhuac García Jiménez. En la entidad votó el 59 por ciento de ciudadanos inscritos en el padrón electoral y Morena reafirmó su liderazgo en la entidad junto con sus aliados del PT y PVEM, barrió prácticamente a la alianza conformada por el PAN, PRI y PRD, y dejó en la lona a los partidos locales recientemente creados. Morena se queda con 27 de 30 diputaciones de mayoría relativa, un centenar de Ayuntamientos y 17 diputaciones federales. En la entidad, el gobierno de Cuitláhuac García Jiménez entrega excelentes cuentas al presidente López Obrador.
¿A qué se atribuye ese aplastante triunfo de Morena y sus aliados en las urnas en Veracruz? Es un tema que discuten los analistas y expertos y que no es fácil explicarse, porque todos coinciden en lo extraño que resulta que un gobierno y un Congreso con una mala percepción ante la sociedad, mal calificado en las encuestas, con evidentes fallos, rezagos, con señalamientos de corrupción en algunas áreas, con resortes autoritarios en el manejo de la política interna y tantos pendientes, pueda recibir semejante espaldarazo de la sociedad. La operación política y la inyección de recursos para asegurarse semejante triunfo la supieron hacer muy bien. Eso debe reconocérseles.
Lo que debe quedarnos claro es que de cara al futuro inmediato y en aras de la gobernabilidad debe imponerse la mesura y atemperar el triunfalismo porque ni las victorias ni las derrotas son para siempre. De la gestión de los próximos gobernadores, diputados federales y locales e integrantes de los ayuntamientos dependerá que se fortalezcan o no proyectos partidistas y la salud y continuidad de la Cuarta Transformación.
Ya transcurridas las elecciones tras los cómputos oficiales y luego de que el Tribunal Electoral de Veracruz y los órganos jurisdiccionales en todo el país conozcan el alud de impugnaciones y recursos que habrán de desahogar, debe subrayarse que es tiempo de que los adversarios vuelvan a la arena pública, ya sea desde los gobiernos o en el lado de la oposición, a seguir desarrollando su papel pero ya despojados del espíritu bélico, del ánimo de confrontación, para cumplir con sus responsabilidades básicas.
Es hora de dejar atrás el lenguaje de campaña, el lenguaje de la polarización que nos divide y volver a los acuerdos básicos de tolerancia y coexistencia política que necesitamos todos para superar los problemas del país y fortalecer nuestra vida democrática.
Pasaron las elecciones y ahora lo que sigue es que los gobiernos se dediquen a resolver el enorme listado de problemas que tenemos. Mientras que los que buscaron los cargos públicos y ganaron tienen la obligación de cumplir sus ofertas y confirmarle a la gente que no se equivocó al votar por ellos. Ya en tres años la sociedad los premiará o los castigará con su voto. Es el quid de la democracia. Ni más ni menos.
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