Este jueves fue asesinado en Ixtaczoquitlán el reportero y locutor Jacinto Romero Flores mientras viajaba en su auto. No se necesita ser perito en la materia para intuir que uno o más sujetos se le acercaron, le dispararon y huyeron amparados en la impunidad.
Cuitláhuac García, que se encontraba en Ozuluama encabezando la Mesa de Coordinación para la Construcción de la Paz (¿Construcción de la Paz? Ja ja ja ja) sacó el script para estas ocasiones, lo subió a sus redes y listo.
El año anterior se registraron 19 asesinatos a periodistas en el país lo que convirtió al 2020 en el más violento de la década para el gremio.
En Veracruz han asesinado a 6 en la administración de Cuitláhuac y a 38 en la de López Obrador desglosados de la siguiente manera: 2 en diciembre del 2018 cuando llegó a la presidencia; 17 en el 2019 y 19 en el 2020.
Los cinco estados donde se concentró el 51 por ciento de esos asesinatos fueron Veracruz, Oaxaca, Guerrero, Tamaulipas y Chihuahua. Y hay más; del 2015 al 2020 se tienen registradas mil 52 agresiones a periodistas que van desde golpes, hasta lesiones y amenazas, pasando por ataques a oficinas.
Pero la lista de asesinatos se ensanchó. En lo que va del 2021 y hasta el 12 de julio, han sido asesinados en el país 5 periodistas con lo que el número se elevó a 43. Y un dato terrible que debería avergonzar a un gobierno que presume de proteger los derechos de las personas; en la administración de López Obrador han sido asesinados 68 defensores de derechos humanos.
El asesinato de Jacinto Romero se cometió en Veracruz, pero también se cometió en un país donde el presidente Andrés Manuel López Obrador aborrece al gremio. Así que no hay que esperar otra cosa que seguir recibiendo ataques verbales, insultos y vejaciones desde las conferencias mañaneras.
Tras saber del crimen, los compañeros de Jacinto de la zona de Tezonapa, Río Blanco, Orizaba, Ixtaczoquitlán, Córdoba y Fortín de las Flores (donde ejercer el oficio periodístico es jugarse la vida), pidieron al gobernador seguridad. Pero el gobernador ya hizo su parte al decir que condena el hecho, que no habrá impunidad y que dará con los responsables. No hará más.
Nuevamente salieron a relucir las cartulinas en demanda de justicia, hubo protestas, plantones y llanto sincero por el compañero caído. Faltaron los gritones que bloqueaban calles, exigían castigo a los culpables y la renuncia del gobernador y el presidente en turno. ¿A dónde se fueron? Ahí siguen, sólo que dejaron las calles, entraron a los edificios públicos, al Palacio Estatal y Palacio Nacional y ahora son parte sustantiva del gobierno.
¿Y qué con la seguridad para los periodistas? Pues que Dios los proteja y ampare incluso a los ateos. Si alguna vez sus carencias y privaciones, sus persecuciones, sus golpes y sus asesinatos sirvieron de bandera a López Obrador y su pandilla para berrear por justicia para ellos en las plazas públicas, ahora pueden irse mucho al diablo.
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