¿Cuál es la diferencia entre la inflación de los setenta del siglo pasado y los picos inflacionarios asociados con la Primera Guerra Mundial, el final de la Segunda Guerra Mundial o la Guerra de Corea? La respuesta es que los brotes de inflación anteriores vinieron y se fueron: la economía no recuperó precisamente de manera indolora la estabilidad de precios, pero las recesiones asociadas con la desinflación fueron bastante breves. En cambio, poner fin a la inflación de la década de 1970 supuso un periodo prolongado de desempleo realmente elevado.
¿Pero cómo se explica esa diferencia? En la década de 1970 la inflación se “integró” en la economía. Quienes establecían los salarios y los precios lo hacían con la expectativa de que iba a haber mucha inflación en el futuro. Por ejemplo, las empresas estaban relativamente dispuestas a subir el sueldo a sus trabajadores porque pensaban que sus rivales acabarían haciendo lo mismo, por lo que eso no las pondría en desventaja competitiva.
La cuestión es si ahora la inflación se está integrando también. Solíamos tener una forma bastante fácil e improvisada de responder esa pregunta: el concepto de la inflación subyacente. En la década de 1970, el economista Robert Gordon sugirió que hiciéramos una distinción entre el precio de mercancías como el petróleo y la soja, que fluctúan constantemente, y otros precios que se ajustan con menos frecuencia. Gordon sostenía que una medida de la inflación que excluyese la alimentación y la energía nos daría un indicador mucho mejor de la inflación subyacente —es decir, integrada— que la inflación total.
El concepto de inflación subyacente ha sido una de las historias de gran éxito en la política económica basada en los datos. En los últimos 15 años hemos visto varias subidas de los precios al consumo impulsadas principalmente por los precios de las materias primas, y mucha hiperventilación, principalmente en la derecha política, por la vuelta de la estanflación o incluso por una hiperinflación inminente. ¿Recuerdan cuando Paul Ryan, en aquel entonces representante republicano de Wisconsin, acusó a Ben Bernanke, expresidente de la Reserva Federal, de “degradar el dólar”?
Sin embargo, la Reserva Federal se negó a abandonar su política de dinero fácil, señalando como razón para no preocuparse que la inflación subyacente se mantenía inactiva. Y tenía razón. Por desgracia, en este momento, la medida tradicional de la inflación subyacente no resulta de mucha utilidad, porque la pandemia ha provocado picos de precios en sectores insólitos como los coches usados y las habitaciones de hotel. Entonces, ¿cómo podemos guiarnos?
El Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca ha estado utilizando una especie de medida “supersubyacente” que no solo excluye la alimentación y la energía, sino también los sectores afectados por la pandemia. Tiene sentido; de hecho, yo defendí esa medida hace meses. Pero soy consciente de que al excluir más datos del Índice de Precios al Consumo, uno se expone a que lo acusen de decir que no hay inflación si se pasan por alto los precios que están subiendo.
Powell ha propuesto una medida distinta: las subidas de salarios, que han sido sustanciales en algunos de los sectores golpeados por la pandemia, pero en general siguen pareciendo moderadas según baremos como el rastreador de aumentos salariales del Banco de la Reserva Federal de Atlanta. Sin embargo, últimamente, me he estado preguntando si la mejor forma de averiguar si la inflación se está integrando es preguntarles a quienes efectuarían esa integración. Es decir, ¿están las empresas actuando como si previesen una inflación sostenida en el futuro?
La respuesta, por ahora, parece ser que no. Muchas empresas afrontan escasez de mano de obra e intentan atraer trabajadores con medidas como las primas por contratación. Pero, al menos según el Libro Beis de la Reserva Federal —una encuesta informal que a menudo resulta útil para hacerse una idea de la psicología empresarial—, se muestran reacias a subir los salarios.
Conste que no estoy celebrando la poca disposición empresarial a subir los sueldos. La cuestión es, más bien, que las empresas no actúan como si previeran mucha inflación futura, en la que podrían subir salarios sin perder ventaja competitiva. Actúan, por el contrario, como si vieran la inflación actual como una incidencia pasajera.
De momento, por lo tanto, sigo en el Equipo Transitorio: creo que la situación se parece más a la de 1951, cuando la inflación alcanzó brevemente el 9,3%, que a 1979. Y si por fin conseguimos controlar esta pandemia, el recuerdo de la inflación de 2021 pronto se borrará de la memoria.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times, 2021. Traducción News Clips
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