Para entonces –para entrar en materia– ya solo faltarán trece días para que el gobernador Cuitláhuac García Jiménez rinda su Tercer Informe de Gobierno, y en quince más cumpla tres años al frente de su gran responsabilidad, con lo que llegará exactamente a la mitad de su administración. De ahí comenzará su cuenta regresiva.
En él también, cuánto cambio se ha operado: tres años después ya no se reconoce en su persona a aquel militante y activista que caminaba por las colonias de Xalapa repartiendo un periodiquito que le servía para estar cerca de la gente; a aquel muchacho con huaraches, pantalón de mezclilla, una camisita blanca de manga corta y un morralito al hombro, paliacate rojo como distintivo.
Viéndolo hoy luciendo en ocasiones como un verdadero catrín, movilizándose en una camionetota de lujo de más de un millón de pesos, con varias capas de blindaje, seguido por un convoy de más camionetotas y protegido y rodeado por un círculo de seguridad de al menos veinte guaruras, que lo mantiene aislado y alejado del pueblo, cuesta trabajo reconocerlo.
Sin duda, y cómo negarlo, es el más vivo ejemplo del aspiracionista que criticó el presidente Andrés Manuel López Obrador en junio pasado, aunque yo no lo incluiría en el resto de la definición que dio: “individualista y sin escrúpulos morales”, partidario de que “el que no transa no avanza”. De esto último, no lo creo, de lo primero sí. Tenía y estaba en su derecho de lograr nuevos estadios de progreso en su vida personal, que los alcanzó, hasta el más alto. Qué bueno, por él.
Entiendo, y al menos por eso no lo critico, que se proteja por los riesgos a los que lo expone la responsabilidad que le dieron los veracruzanos, incluso, que, por más que lo niegue, viva rodeado de lujos, algo muy difícil de evitar cuando se llega al poder (la foto que se tomó hace poco comiendo en el mercado Coatzacoalcos de esa ciudad es puro show porque en Xalapa lo he visto comiendo y despachando en el restaurante más caro, por horas), pero no se explica, entonces, la proclama inicial de que era diferente y que no iba a hacer ni a imitar a priistas y a panistas que han llegado a la gubernatura.
Creo que a nadie le importa, y menos a él, lo que yo piense de él, pero sigo creyendo que, en el fondo, no es un mal hombre, lo que, sin embargo, pasa a un segundo plano cuando como gobernante permite, porque no creo que no lo sepa o no se dé cuenta, los abusos de sus colaboradores, los actos de corrupción que cometen, los atropellos, las arbitrariedades, las violaciones a la ley y a los derechos humanos, la repetición de las malas prácticas políticas que caracterizaron a priistas y a panistas como beneficiar a sus familiares, y más.
El próximo miércoles ya estaremos en noviembre y Cuitláhuac a punto de rendir su Tercer Informe. Lo hará en un hermoso recinto, el Teatro Netzahualcóyotl de Tlacotalpan, remodelado para tal ocasión, un recinto de lujo al que solo entrará una élite, la de su gobierno y cercanos a sus afectos e intereses, pero no el pueblo, que tendrá que conformarse, en todo caso, con salir a aclamarlo a la calle como en los mejores tiempos del priismo, o, antes, del porfirismo, o del conservadurismo, pues. A su paso solo faltará la lluvia de papel picado multicolor.
Ni siquiera anunció que dará informes por regiones, como algún tiempo lo hicieron gobernadores del PRI, que aparte de Xalapa iban a una sede en el norte, a otra en el centro y a una más en el sur del estado (sería el colmo, y no me extrañaría que lo hiciera, que el diputado federal Sergio Gutiérrez tomara su texto y fuera a cacarear sus “logros” por todos los rincones de Veracruz).
Hay que esperar a lo que diga, aunque no se espera nada más allá de lo que ya ha dicho.
Su informe será el parteaguas en el que llegará al cénit de su gobierno y de su poder, pero también el punto de arranque cuesta abajo, algo inédito para él, para lo que seguramente no está preparado, en el que irá viviendo la deslealtad y la traición a su amistad de quienes hoy se dicen sus cercanos y de sus confianzas. Nada de extrañar. Así ha sido en la práctica política, así es y así seguirá siendo. Va a conocer entonces la ingratitud.
Insisto, no que no tuviera derecho a su aspiracionismo legítimo. Criticable, sí, que se alejara de la gente a grado tal que el propio presidente tuviera que reconvenirlo para que se acerque a sus representados.
Constitucionalmente le quedarán todavía tres años de gobierno; en la práctica solo dos porque a partir de enero de 2024 tendrá que compartir escenario con quien será su sucesor, cuando no hacerse a un lado o sumirse para dejarle todos los reflectores, incluso por órdenes ya no del actual presidente, sino de quien será su sucesor.
Tres años después, como político y como gobernante no ha aprendido tampoco a controlar y a dominar sus emociones, requisito indispensable para transitar con éxito en esa selva humana en la que lo colocaron las circunstancias. Un correligionario suyo lo acaba de poner a prueba, que no pasó, lo que lo hace vulnerable y lo muestra como quien no ha aprendido.
Tres años, apenas a la mitad, en la que, sin embargo, su enemigo más fuerte y peligroso para él no es la oposición de enfrente, sino la oposición de adentro, un dragón de dos cabezas al que él mismo dio vida con su actitud de confrontación: una, la de la fuerte corriente política de Manuel Huerta, otra, la de la fuerte corriente política de Sergio Gutiérrez.
Ninguno de los dos peleaba con él, ninguno de ambos peleó con él. Creo que, incluso, ni Manuel ni Sergio pelean con él. Pero él con ellos sí, lo que va a llevar al par a una negociación, a un pacto entre ambos, que los hará más fuertes y poderosos, aún más si el sucesor del presidente es hombre y no mujer. Ya lo habremos de saber y de ver.
No se ve que el gobernador pretenda ni quiera rectificar el camino. El columnista tiene elementos, por testimonios directos, para predecir, a tres años de distancia, que si no lo hace, que si no cambia o corrige, a él y a su corriente, el cuitlahuismo, le llegará su noche de los cuchillos largos, como aquella purga política que desató Adolfo Hitler en 1934 cuando ordenó una serie de asesinatos políticos, los que, claro, seguramente ahora no ocurrirán, pero sí que muchos de sus hoy cercanos terminarán un día en prisión, tarde o temprano.
Descansa, pues, lector. Pero no me quiero despedir por ahora sin comentar que andando ayer por algunos puntos de la ciudad fui a parar a la sede estatal del PRI donde me sorprendió hallar un altar de muertos, bastante completo, dedicado a compañeros del medio periodístico que se nos adelantaron, una idea y obra del titular de Prensa, Ramón Alberto Reyes Viveros, con todo el apoyo de Marlon Ramírez Marín. |