La oscuridad de nuestra vida cotidiana se acentúa en el espacio público y social, azolado por los embates de los problemas que ganan terreno y cancelan esperanzas, que agobian las ilusiones de millones de mexicanos atrapados, preocupados, angustiados a pesar de los dichos oficiales de bonanza, de felicidad.
Un día del tercer año de lidiar con la pandemia, se rompió el récord de contagios por COVID, asumiendo la normalización de una enfermedad que, en otras partes del mundo, requiere atención y mesura, mucha mesura para su asimilación y control. Sin embargo en este país nos asumimos diferentes al resto del mundo, porque a contra corriente, nosotros –en palabras oficiales-, vamos ganando la lucha. 600 mil muertos por efectos de la pandemia parecen no hacer mella ni en la percepción social y mucho menos en la gubernamental; se insiste en remarcar que todo va bien, que todo está bajo control y muchos ciudadanos lo creen y actúan en consecuencia.
En violencia e inseguridad los discursos plantean las disminuciones estadísticas en función de sus otros datos, los que los respaldan y que son confrontados desde las notas diarias de víctimas de un doloroso escenario de sangre y muerte. En la primera semana del año se registran 475 homicidios dolosos, mientras se esperan los informes de las otras violencias que campean nuestro país. El tan evidente desbordamiento de la violencia pareciera cosa lejana, sin importancia, para algunos actores políticos o dirigentes, prefieren otros temas, voltean la cara.
En el 2022 habrá elecciones en 6 estados del país y todo parece indicar que se realizará la consulta para la revocación de mandato del Presidente de la República. Es por lo tanto un año que seguirá con un ambiente propicio para la confronta política. Dada la insistencia presidencial de ya presentar corcholatas para el 2024, los tiempos serán regidos por la disputa política que tradicionalmente inhibe o modifica ejercicios de gobierno y de administración pública en función de los intereses partidarios en turno con las consecuencias que ello implica.
Más aún, frente a los gravísimos problemas que tenemos, se insiste en remarcar las diferencias, se reitera, se convoca a profundizar en las posiciones irreconciliables y a manejar discursos huecos, alejados del propósito de conciliar alternativas de transformación, contrarios a una posición de diálogo, discursos que solo generan ruido y que en lugar de abrir, cierran espacios para un concilio mínimo y urgente.
Se insiste día a día en señalar la voracidad exhibida por un modelo económico que acentuó la desigualdad, que favoreció la individualización y dejó a cargo de las decisiones nacionales a sujetos arbitrarios y cínicos que forman parte de la historia negra de nuestro país.
Sin embargo, las bonanzas de la transformación que enarbolan no son muy evidentes. Son muchos los malos asuntos que siguen igual o peor, los beneficios parecen refutarse con intolerancia, gestos y acciones que se asemejan mucho a los supuestos tiempos idos. En el ejercicio de gobierno hay omisión, hay abandono.
Son tres años y no es visible un esfuerzo alternativo realmente democrático que se proponga la salvaguarda de los derechos humanos, de la protección del medio ambiente, que se esfuerce en la transparencia y la rendición de cuentas, en la forja de un verdadero Estado de derecho con justicia social. Dista mucho de reflejarse como resultado favorable en el presente y en un futuro cercano.
LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Dice José Woldenberg ”Las creencias, creencias son. Y los hechos no pueden ser borrados”. Tal cual
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