El pasado viernes 1 de julio se cumplieron cuatro años de la jornada electoral en la que Andrés Manuel López Obrador se convirtió en el presidente de México con el respaldo de más de 30 millones de mexicanos. Con una aprobación ciudadana del 63 por ciento, según la casa encuestadora Oraculus, el mandato del tabasqueño sigue a tambor batiente, dejando un legado histórico para nuestro país. Ningún presidente, en los últimos cinco sexenios, había tenido tanta aprobación y reconocimiento.
A pesar de los malquerientes, de las campañas de guerra sucia, de los voceros del viejo régimen, quienes han querido enfermarlo y augurar el fracaso de su gobierno, el Presidente López Obrador se encuentra más fuerte que nunca, firme, sólido, avanzando en los grandes proyectos que sentarán las bases para consolidar la transformación de nuestro país. A más campañas negras, a cada mentira, más fortaleza. No hay duda.
Su respuesta es siempre humilde, porque sabe que su fortaleza viene del pueblo. “La obra de transformación la estamos haciendo entre todos. Con trabajo creativo. Sin excluir a nadie. Con la inteligencia. Con el trabajo de obreros y campesinos. Con la participación de hombres y de mujeres, pensando siempre en el porvenir de las nuevas generaciones, con mucho amor al pueblo y siempre a favor de la grandeza de México”, ha señalado.
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A diferencia de otros sexenios, en donde el cuarto año el mandatario en turno se empezaba a desinflar porque ya no daba para más, porque las pilas se le estaban acabando, en el caso de Andrés Manuel López Obrador su fortaleza va repuntando. No dudamos que la aprobación ciudadana siga en escalada, sobre todo cuando los grandes proyectos se van concretando.
El caso de la refinería Olmeca o Dos Bocas, es emblemático. Así lo dijo el jefe de las instituciones del país al arrancar el periodo de prueba de la misma. En los 36 años del periodo neoliberal o neoporfirista nunca se construyó en el país una refinería. Durante todo ese tiempo se apostó a vender petróleo crudo y comprar en el extranjero gasolinas, diésel y otros combustibles. De manera deliberada y por corrupción, los gobernantes buscaban destruir la industria petrolera nacional, comentó.
No podemos olvidar que acabaron con la petroquímica, que dejaron en estado lamentable las seis refinerías que se construyeron a lo largo de nuestra historia y reformaron la Constitución para privatizar el petróleo, aunque no les alcanzó el tiempo para terminar de entregar todos los yacimientos y consumar esa gran infamia. Con nuestro triunfo decidimos aplicar una nueva política energética. En materia petrolera el objetivo claro es dejar de exportar crudo y procesar la materia prima en el país para ser autosuficientes en gasolinas y diésel, explicó.
Por eso, desde que llegamos al gobierno, al tiempo que invertíamos en exploración y extracción de petróleo para frenar, como aquí se ha dicho, la constante caída en la producción, decidimos modernizar las seis refinerías existentes, lo cual nos ha permitido aumentar casi al doble la capacidad productiva, es decir, pasamos de transformar 485 mil barriles diarios a 863 mil al día de hoy, y el año próximo se tendrá capacidad para procesar un millón 200 mil barriles, asentó.
Más claro, ni el agua. Con el proyecto de Dos Bocas y con la modernización de las refinerías, abandonadas por los neoliberales, lo que el Presidente busca es que México tenga autonomía. La autonomía, aunque suene repetitivo, es independencia, es libertad. Ese es el en el fondo el gran proyecto y legado del mandatario mexicano, que nuestro país no esté sujeto al manotazo de los vecinos del norte ni de ninguna fuerza externa, que tengamos independencia alimentaria —de ahí el programa Sembrando vida—, que alcancemos la independencia energética y que nuestras niñas, niños y jóvenes tengan trampolines para su desarrollo. Mejor, imposible.
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