Quién sabe, pero se veían felices. Sobre todo los que caminaron a los costados y atrasito del presidente que no cambiaron por un trono su lugar de privilegio. Y Andrés Manuel se dejó querer; cuatro horas se chutó del Ángel de la Independencia a la glorieta del Caballito, (que ya ni es glorieta ni tiene la estatua ecuestre de Carlos IV) porque todos querían saludarlo, apapacharlo y tomarse una selfie. Y cómo no, si es el mejor presidente de México.
Eso sí, no faltaron los contreras, esos especialistas en ser el prietito en la blancura del arroz. Como las decenas de familiares de desaparecidos que al paso de la marcha le exigieron al presidente que cumpla su promesa de encontrar a sus familiares: “¡AMLO decía que todo cambiaría. Mentira, mentira, es la misma porquería!”. Pero los ignoraron, como los han ignorado en lo que va del sexenio.
Con los ultraderechistas de FRENA la cosa se puso más caldeada ya que quisieron llegar al Zócalo para cantarle la bronca al tabasqueño, pero fueron dispersados por granaderos en Paseo de la Reforma.
La nota chusca la dio un joven que portaba una cartulina con la leyenda: “No vine por mi gusto, me trajeron a huevo”. Y el hecho reprobable fue el ataque que sufrió Marcelo Ebrard por parte de un sujeto que no se sabe si le aventó una piedra o un escupitajo. El Canciller que tuvo que intervenir en favor de su agresor para evitar que lo linchara la turba.
Ya en el Zócalo López Obrador dio su Cuarto Informe de Gobierno. ¿Obras? No nada; no habló de ellas quizá por modestia. Pero si de sus logros. ¿Te acuerdas de los 100 compromisos en su toma de protesta? Bueno, pues ya no son 100 sino 110. Unos ya se lograron y otros “están en camino”, según dijo.
Su Informe fue una copia de los anteriores que a su vez son copia de las mañaneras. Es decir, volvió a vanagloriarse de la atención a los pueblos indígenas, de los apoyos sociales, del aumento en el salario mínimo (lo cual es cierto) y de la eliminación del outsourcing, lo que no es verdad porque hasta el Palacio Nacional siguen contratando trabajadores bajo ese esquema.
“No hemos contratado deuda ni contrataremos”, dijo pero mintió. La deuda de su gobierno con el FMI y el BID es brutal y él lo sabe. Dijo que ha disminuido la violencia, que se atiende a las mujeres maltratadas, que hay avances en la investigación de los 43 normalistas desaparecidos de Ayotzinapa, que se han creado más empleos formales (¿cuántos? quién sabe), que en nueve entidades ya se implementó el sistema de salud IMSS-Bienestar (que seguramente es como el de Dinamarca).
Puras mentiras que aplaudieron los concurrentes que en un momento de éxtasis pidieron a gritos su reelección. Pero Andrés Manuel bien buena onda dijo no. “¡No, no reelección, porque soy maderista, ‘sufragio efectivo, no reelección!’”.
¿Cuántos asistieron a la marcha? Martí Batres dijo que un chingo y dos montones y ahora sí le atinó. Pero cifras preliminares calculan una asistencia de 1 millón 200 mil almas; la mitad de los 2 millones 400 mil que vaticinaron los morenos y mucho menos de los 4 millones que calcularon en Palacio Nacional.
De hecho miles se desperdigaron antes de llegar al Zócalo que no se llenó a reventar como en otras ocasiones. En el templete desde donde habló el presidente y donde estuvo su gabinete, se contaron al menos cuatro sillas vacías.
Como quiera que sea fue una marcha inédita, una multitudinaria marcha de Estado con el número de acarreados más grande de la historia. “Ni don Porfirio juntó tanta leva,” me dijo entre risas un maestro universitario.
Pero con todo el gentío que asistió fue una marcha que no cambiará el rumbo del país lector. Fue una marcha por encargo que sólo sirvió para llenarle el ojo y el ego a un sujeto mesiánico, rencoroso y acomplejado.
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