Su historia da para una novela, de terror.
Muy pocos imaginarían que de ser nada en Veracruz en 2018, de la noche a la mañana se auto colocó por encima del presidente de la República, rebasar al gobernador Cuitláhuac García con quien rompió y terminó mentándole la madre y con Gómez Cazarín, con quien pasó de la persecución y agresión familiar, a la amenaza personal a través de sus sicarios.
La disputa entre Eric y este último, que data del 2020, alcanzó por estos días un nuevo nivel al escalar hasta donde la rabia y el hígado del hombre de Otatitlán, enfermo de poder, se lo permite.
Tiene sus razones.
Tras una vida de poca monta, una vida familiar disfuncional y su espíritu pequeño afloró el hombre narcisista, berrinchudo, vengativo, impetuoso, necio, prepotente y lenguaraz.
Y ya con el poder en el puño ante el débil de Cuitláhuac creyó que podía escalar la primera magistratura estatal a través de los grupos delincuenciales, enclaves de poder corruptos, amenazas a alcaldes y opositores y una desmesurada propaganda.
Abrazado a la negritud este político de bronce mandó a tapizar los 202 municipios con vistosos espectaculares en donde destaca su boluda figura, luego sus tristemente célebres libros.
Infortunadamente para su causa, al percibir tal alteración al juego de poder, López Obrador, ordenó parar al Bola #8, invitarlo a bajar sus espectaculares y renunciar al cargo si insistía en sus aspiraciones.
El Bola #8 no solamente desobedeció, sino que se confrontó además con su jefe político, Cuitláhuac García, a quien mandó por un tubo rompiendo todo trato.
Luego la emprendió contra el segundo más poderoso del grupo cercano al Cui, el diputado Juan Javier Gómez Cazarín, al que alguna vez pensó podría controlar y, a través de él, tener a sus pies el Poder Legislativo, se equivocó.
En realidad, la liga se rompió prácticamente desde el arranque del gobierno misma que para el segundo se recrudeció un año después al traducir su encono en amenazas.
Así, para el proceso electoral del 2021, Cisneros “en la plenitud del pinche poder”, diría el clásico, movió cielo, mar y tierra para tumbar a Cazarín de la diputación plurinominal, le armó una campaña de medios mercenarios y giró instrucciones a instituciones como el OPLE y el Tribunal Estatal Electoral para descarrilarlo.
Pero Cazarín se movió y cabildeó con el Tribunal Federal, primero, y con sus compañeros de bancada después para conservar no sólo la diputación, sino la presidencia de la Junta de Coordinación Política.
Furioso por la batalla perdida, Cisneros golpeó paredes y rompió adornos de su oficina… y buscó quien se la pagara.
Encarceló de forma arbitraria al alcalde electo de Lerdo, Fabián Cárdenas, atribuyéndole complicidad con Cazarín, al que nuevamente le echó encima a la jauría de prensa controlada desde su Secretaría, tratando, infructuosamente de destruirlo.
Por respuesta, Cazarín se replegó y llegados los tiempos, le quitó a Cisneros la Presidencia de la Mesa Directiva del Congreso y propuso a Margarita Corro.
Lo que seguiría sería la sal en la herida: Cazarín le quitó a un cercano a Cisneros la poderosa Comisión de Vigilancia, desde donde se revisan las cuentas de los entes públicos estatales y de los Ayuntamientos, muy fáciles de chantajear.
Al paso del tiempo y ya con el calendario electoral sucesorio encima, el Bola #8 se fue con los afrodescendientes en busca de la escalera del poder que le permitiera acceder a la gubernatura.
A la par, implementó su “Plan B” de hacer campaña por todo el Estado con el pretexto de un libro que algunos ya apodan “el Sancho”, porque se sabe que existe, pero nadie lo ha visto.
Incapaz de autolimitarse, Cisneros cruzó la raya hasta con los propios morenistas.
De forma paralela, reanudó el pleito con Cazarín.
El nuevo teatro de batalla fue el Instituto Veracruzano de Acceso a la Información, donde Cisneros pretendió meter a la cárcel al comisionado presidente, David Agustín Jiménez Rojas, para que –en maniobra ilegal- la expresidenta, de sus cercanas, muy cercana, Naldy Patricia Rodríguez Lagunes, continuara al frente del organismo.
Jiménez Rojas buscó abrigo en Cazarín, que se lo dio y, nuevamente, le ganó la batalla a un Cisneros negro de coraje.
En este punto, el odio hacia Cazarín estaba por alcanzar niveles insospechados ya que a la par el líder estatal de Morena, Esteban Ramírez Zepeta, observando la magnitud del desquiciamiento de Cisneros, su antiguo aliado, lo dejó solo.
Sin embargo, el autoproclamado el Rey del Pueblo, siguió adelante.
Obligó a alcaldes de todo el estado a patrocinar carnavales donde se lucía y los ediles reticentes a organizar y financiar con dinero municipal esa locura fueron amenazados al tiempo que les retiraba la policía.
En San Andrés Tuxtla, la región de Cazarín, el carnavalito estatal de Cisneros sufrió su primer revés, pero en Totutla, donde el público no llegó ni a cien personas, fue el acabose.
Herido en su frágil vanidad, Cisneros se abandonó a un ataque de furia que, incluso, preocupó a sus escoltas. Al llegar a su camioneta se quitó la guayabera y, furioso, la aventó jurando que esa afrenta Cazarín se la iba a pagar de una forma o de otra advirtiendo al mismo tiempo la integridad del legislador.
Y no pasó mucho tiempo en que el azar le diera la oportunidad: un familiar de Cazarín fue detenido durante una fiesta y tras una revisión de sus pertenencias dio con lo que para Cisneros debió parecer un tesoro, una vieja pistola.
Mientras que en Tantoyuca, los malandros quemaban tráileres y patrullas, siendo la nota nacional e internacional de Veracruz de ese día, para la Fiscal lo más importante fue hablar de “un borracho” con una pistola vieja.
Este culebrón continuará.
Tiempo al tiempo.
*El autor es Premio Nacional de Periodismo |