Lo anterior no es una interpretación ni una exageración. En días pasados, en el Comité Directivo Estatal del PRI de Veracruz –donde manda una incondicional de Alejandro Moreno- les leyeron la cartilla en medio de improperios a quienes ocupan cargos directivos de todos niveles: quien no esté de acuerdo con el “reinado” del campechano en el tricolor, que se vaya, porque según esto, “todos están ahí por ‘Alito”. Lo cual, valga decir, tampoco es verdad, pues varios son posiciones del ex candidato a la gubernatura.
Esa violencia verbal y política se ha trasladado al discurso que desde la dirigencia nacional priista se impulsa para intentar “disciplinar”, silenciar o expulsar a figuras priistas que no están de acuerdo con el asalto de Moreno Cárdenas al partido, acusándolos de actos de corrupción que en su momento ellos mismos negaron o por lo menos no quisieron ver, porque no les convenía.
La faramalla de proceso interno concluirá esta misma semana. El próximo domingo 11 de agosto, en asamblea del Consejo Político Nacional, cuyos miembros son todos afines a Alejandro Moreno, lo entronizarán para un nuevo periodo de cuatro años, con la posibilidad además de buscar la reelección, lo que le permitiría llegar a prolongar su “minidictadura” hasta 2032. Claro, si el PRI no desaparece antes.
Y es que ante lo que ya parece inevitable, lo que se vislumbra es que el otrora “partidazo” se desfonde. De por sí, este año demostró que lo único que le queda es el cascarón, el membrete, porque de aquel partido de masas hegemónico no queda nada.
Habrá quien señale que qué bueno, que desaparezca de una buena vez. Sin embargo, precisamente así como está es como le conviene al régimen que permanezca: como una “oposición leal”, cooptable, gritona pero inofensiva, que legitime la idea de que en México sí hay una democracia. Justamente como en tiempos de la “dictadura perfecta”, como llamó el escritor Mario Vargas Llosa en 1990 al régimen surgido de la Revolución Mexicana, que igual organizaba elecciones en las que participaban otros partidos, pero siempre, siempre, ganaba el oficial.
Y si en septiembre se aprueban las reformas que desmantelen la autonomía del órgano electoral y lo conviertan en otro apéndice del actual régimen, ¿por qué no le ayudarían al tal “Alito” a quedarse ocho años más, si les ha resultado tan útil?
Por lo pronto, su elección es como aquella de José López Portillo por la Presidencia en 1976: sin oponente real, contra sí mismo. Con que vote su mamá por él, gana.
Tribunal de trámite
La presidenta del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, Mónica Soto, anunció este lunes que el próximo 15 de agosto entregarán la constancia de mayoría a la presidenta electa, a pesar de que un día antes tienen que desahogar todas las impugnaciones al proceso, que incluyen demandas de anulación por el marranero que fue.
La magistrada presidenta –la misma que le dio “golpe de Estado” a su antecesor luego de reunirse con el representante de Morena en el INE, Sergio Gutiérrez Luna, otro impresentable- prácticamente adelantó que van a desechar todo y le van a alzar la mano a Claudia Sheinbaum.
Así, pues ya mejor que ni hagan elecciones.
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