A ello se suma el episodio público de hace unos días, cuando la gobernadora Rocío Nahle llamó la atención al secretario Igor Rojí López en un evento oficial, instruyéndole —con un tono que varios calificaron de autoritario— a no firmar documento alguno “sin su autorización”. Más allá del estilo y las formas, lo relevante es lo que revela: un funcionario limitado, subordinado, sin autonomía para dirigir la dependencia que encabeza. Un secretario que no puede firmar es, en términos administrativos, un secretario que no puede decidir.
Conviene recordar que Igor Rojí no llegó por accidente a la vida pública. Como alcalde de Orizaba fue uno de los casos exitosos de gestión municipal más citados en el país: administración ordenada, impulso turístico y una ciudad que logró reposicionarse en el imaginario nacional. Por ello sorprende verlo ahora en un papel secundario, sin margen de maniobra ni herramientas para replicar lo que en su momento logró con eficacia.
Pero la crítica no debe centrarse en una persona sino en la estructura que lo rodea. El verdadero problema es que Veracruz se está quedando sin política turística. Un estado con costas, festivales, patrimonio histórico, gastronomía reconocida y un mosaico cultural extraordinario no puede darse el lujo de improvisar en un sector que, bien manejado, podría convertirse en motor económico.
El recorte presupuestal no es un dato aislado: es una señal. Y una muy seria. Significa que el turismo ha dejado de ser prioridad. Implica que la promoción estatal quedará supeditada a la voluntad política de quienes sí tienen cartera abierta para proyectarse, mientras la dependencia formal carecerá de los recursos mínimos para cumplir su función. Y eso genera un vacío que, inevitablemente, lo llenará la inercia.
El futuro inmediato de la Secretaría de Turismo exige claridad. O se le dota de autonomía, presupuesto y dirección, o se reconocerá abiertamente que ha sido reducida a un papel decorativo. Lo que resulta inaceptable es mantener una estructura debilitada que, en lugar de impulsar al estado, simplemente funcione como acompañante silencioso de decisiones ajenas.
El turismo no se gobierna con discursos ni con fotografías. Se gobierna con presupuesto, planeación, autonomía y visión. Veracruz merece una política turística al nivel de su enorme potencial. Y ese potencial no puede depender de funcionarios sin margen de acción ni de oficinas sin recursos para operar.
La pregunta de fondo es sencilla: ¿queremos un turismo que genere desarrollo o una Secretaría que sólo firme oficios cuando le permitan hacerlo?
La respuesta no debería tardar. El tiempo —y la economía del estado— no espera. |