Sin embargo, más allá de la coyuntura, el primer informe de gobierno de Nahle llegó con dos noticias que difícilmente pueden desestimarse. La primera, de carácter económico, es la reducción de la deuda pública estatal. En un país donde la mayoría de los estados arrastran pasivos crecientes, el ajuste financiero veracruzano no sólo es una señal interna de orden administrativo, sino un mensaje nacional: Veracruz consiguió un “silbatazo de Atención”, un reconocimiento implícito de Hacienda respecto a la disciplina en el manejo de sus compromisos. Esto, en la lectura de los mercados, no es menor.
La segunda noticia es la disminución de delitos letales. En tiempos de saturación informativa y violencia cotidiana, reducir los asesinatos y contener delitos de alto impacto se convierte en un punto de quiebre para cualquier administración. Aunque el discurso oficial siempre es cuestionado, los datos muestran que la tendencia es favorable, y eso repercute directamente en la percepción de gobernabilidad.
A ello debe sumarse un elemento que ha pasado más desapercibido de lo que merece: la respuesta inmediata y la limpieza en tiempo récord de la zona devastada por las lluvias. La reacción articulada de Protección Civil, fuerzas estatales y dependencias operativas evitó que el desastre escalara a una crisis de mayor dimensión. En un estado históricamente golpeado por emergencias climatológicas, la rapidez con la que se atendió marca una diferencia real.
Finalmente, el reposicionamiento turístico-cultural ha empezado a surtir efectos: la ocupación hotelera de Veracruz se mantiene al alza y, con ello, mejora el ranking turístico nacional. El impacto en la reputación del estado es directo.
En síntesis, Nahle enfrenta un desgaste evidente, pero también muestra que la gestión —cuando arroja resultados— termina hablando más fuerte que la campaña negra. El reto será sostener esa voz por encima del ruido.
Al tiempo.
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