Las distintas facetas de nuestra democracia ocurren y se miden en un tiempo político, desde la coexistencia entre los partidos, la preparación y desarrollo de los procesos electorales; la instauración de los gobiernos y congresos electos por la ciudadanía, hasta el ejercicio del quehacer gubernamental y la legislación de las leyes que nos gobiernan. En las más de estas etapas se han logrado importantes avances legales e institucionales. No ocurre lo mismo en lo referente al ejercicio de gobierno, a la calidad del desempeño gubernamental y si este se lleva a cabo con pleno apego a la ley.
En este tema sigue existiendo un lamentable rezago que ha permitido la discrecionalidad del gobernante en el ejercicio de gobierno. Sin un contrapeso que lo acote, el uso del poder muy pronto se transforma en abuso, en perjuicio de los ciudadanos que por ley son los beneficiarios centrales de todas las acciones de un gobierno democrático.
Una de las razones de este rezago, es que la participación ciudadana aún se encuentra en pañales. Ocupados prioritariamente en resolver su sustento, en su escaso tiempo libre los ciudadanos se muestran reacios a participar en los asuntos públicos, porque no confían en los gobernantes ni en los servidores públicos; porque temen ser utilizados y perder su tiempo sin lograr solucionar sus problemas. No es una negativa gratuita, la gente ha padecido muchos desengaños, ha colaborado en proyectos comunitarios promovidos por el gobierno con resultados desalentadores. Ya se cansó de esperar a que “las cosas cambien” y hoy se repliega rumiando su agravio, ignorando todo lo público.
Otra de las razones es que los gobiernos no se han interesado en impulsar la participación ciudadana. En tiempo de elecciones la cosa cambia de forma transitoria, gobiernos y partidos buscan acercarse a la gente para conseguir su voto; una raya en el agua que intenta resarcir en unos cuantos días el abandono de meses y en ocasiones de años. Pero ya lo hemos visto, esta cercanía de temporal cada vez les funciona menos, porque la ciudadanía ya los conoce y ya no les cree.
Fuera de las elecciones, la participación ciudadana es vista como una piedra en el zapato del gobierno. Para “taparle el ojo al macho”, este se ha limitado a instaurar representaciones ciudadanas de membrete, incondicionales a los dictados del gobierno.
Este círculo perverso, de simulación de apertura ciudadana por parte del gobierno y desinterés de luchar por un espacio de participación por parte de las organizaciones ciudadanas, es lo que ha provocado los escenarios de corrupción y barbarie gubernamental que hemos padecido en Veracruz, con un nivel de cinismo pantagruélico, que le ha ganado el reconocimiento de propios y extraños, como el peor gobierno en toda la Historia de Veracruz.
Se requieren espacios de participación ciudadana, no coyunturales, sino permanentes, previstos en la ley; que vayan desde el diseño de políticas públicas que interesan a la gente; al seguimiento del ejercicio de gobierno para cuidar que se haga lo que se debe, sin desvíos ni omisiones; y de manera fundamental, con acceso a la canalización de recursos, para que los veracruzanos sepan en que se gasta el dinero público. Esto y más se requiere para lograr que el ejercicio de gobierno deje de ser un contubernio de cómplices, que se sirven asimismos y con la cuchara grande.
Ese es el tiempo político que necesitamos los ciudadanos veracruzanos; una tarea colectiva de grandes esfuerzos y resultados graduales, para lograr una ciudadanía informada y propositiva capaz de hacerse escuchar y hacer valer sus derechos frente al gobierno. Un aliado crucial en este proceso debería ser el próximo gobierno de Veracruz, para que, tras cumplir con su palabra de cárcel y reparación del daño a los delincuentes que han devastado al Estado, continúe sumando voluntades y ganando legitimidad; para evitar que se agudicen las contradicciones y continúen la violencia y los desmanes. Un escenario indeseable, en el que todos saldríamos perdiendo.
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