Mención aparte merece el hallazgo de nueve bolsas en un paraje entre Camarón de Tejeda y Soledad de Doblado con restos humanos descuartizados. Entre éstos, y como pudo confirmarse hacia la noche del sábado, los de los jóvenes plagiados hace una semana en el puerto de Veracruz que captaron la atención de los medios nacionales e internacionales.
El espectáculo de la muerte sobrecogió a los veracruzanos que se mantuvieron atentos a la identificación de los restos de Octavio García Baruch, Leobardo Arano y la estudiante universitaria de Ciencias de la Comunicación, que aspiraba a ser periodista, Génesis Deyanira Urrutia. La impotencia, la rabia, sólo fueron superados por el dolor, la desazón y la angustia ante una descomposición que avanza como la gangrena, carcomiendo las entrañas de un Veracruz que padece una enfermedad terminal.
La respuesta de la autoridad –si es que todavía puede llamársele de esa forma- ante la ola de salvaje violencia criminal del fin de semana provoca desde la airada indignación hasta espasmos vomitivos.
Oficialmente, las víctimas sólo se merecieron un escueto boletín de la Fiscalía General del Estado confirmando sus identidades. Pero desde las atarjeas cibernéticas, con la cobardía que caracteriza al régimen duartista y a sus sicarios virtuales, lanzaron mierda sobre la memoria de los fallecidos, insinuando vinculaciones y conductas sin el mínimo sustento pero con el objetivo, como ya es costumbre, de culparlos a ellos de su destino.
Los culpables de que al estado se lo esté llevando el carajo no son otros que Fidel Herrera Beltrán y Javier Duarte de Ochoa, quienes tienen que ser llamados a cuentas por haber permitido, si no es que alentado, la destrucción de la paz y de la vida, ésa que tanto se ufanan en defender “desde la concepción”, en la entidad.
En Veracruz se guarda un luto permanente que no podrá levantarse hasta que se detenga la barbarie y se castigue a los responsables de que el estado esté bañado en sangre. Porque contrario a lo que pensaba el recordado fotoperiodista Rubén Espinosa, cuyo asesinato también permanece impune, la muerte no escogió a Veracruz como su casa. A la muerte le abrieron la puerta, la dejaron entrar y le entregaron las llaves, con todos los veracruzanos dentro.
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