II
Cuando me preguntan qué pienso de Tlacotalpan, no dejo de recordar esa caravana de lanchas, naos y barcas cruzando el río entre cohetes y una corriente de flores; sus casas de colores y música sólo me hacen recordar que la primera referencia que tuve de esta ciudad fue con Eugenia León cantando “El fandango aquí”.
Con respecto al embalse de toros, hay gente que confunde tradición con barbarie pero no es algo que nos debe de extrañar… las culturas son tan diversas que nos horrorizamos en que haya pueblos que mutilen el clítoris de las jovencitas en aras de su tradición, costumbre o cultura; o nos sorprendemos que el rabino succione, chupe o “sepa qué” el pene del bebé recién circuncidado que dicho sea de paso, para mí, en lo particular, la circuncisión es también una forma de mutilación… ¡vamos! hasta la fiesta de quince años no dejo de pensarla como la exposición en venta de la joven ante la sociedad para anunciar de que está en condiciones de ser tomada en matrimonio.
Así, la cultura, la costumbre, la tradición, no tiene que sorprendernos si raya en barbarismo.
III
Me preguntan también qué opino del despliegue policiaco en Tlacotalpan en aras de que la Ley se respete. Hay quienes criticaron el desplazamiento de uniformados y consideraron que debe aplicarse esa misma enjundia para evitar asaltos bancarios y otra cantidad de posibles puntos a atender antes que una fiesta patronal…
Bueno, pero también así como hubo rechazo a este inusitado movimiento de los guardianes del orden, también fue motivo de reconocimiento y aplausos de otro sector de la sociedad que ven a la tradición como “razones sin fundamento” que se enseñan a veces sin saber porqué.
El maltrato al cebú no le veo razón por ningún lado. Atacar a un bovino, que no enfrentar, cuya principal característica es la docilidad, es hacerle al pendejo. Igual, fuera de lidia el toro, el sujeto me merece el mismo calificativo.
IV
En conclusión, la fiesta de una ciudad, su tradición, que se solaza en el maltrato a un ser vivo, amparado en una Iglesia que se mantiene en el oscurantismo y en una autoridad municipal que se cobija en los versos de Juvenal (pan y circo), lleva a preguntar cómo es que Tlacotalpan mantenga el apelativo de patrimonio de la humanidad cuando en sus habitantes subyace todo, menos el humanismo.
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