Eso le ha permitido mantenerse con vida, cierto, pero como un cascarón vacío, que ya no le ofrece nada a su electorado, pues generalmente está supeditado a las plataformas y proyectos de sus aliados electorales, lo cual ha sido muy bien aprovechado por el Movimiento de Regeneración Nacional de Andrés Manuel López Obrador, que sin realmente creer en ellas, ha recogido las banderas que enarboló y por las cuales derramó sangre durante décadas la verdadera izquierda mexicana.
Mientras a nivel nacional los perredistas se debaten entre continuar royendo lo que le queda de carne al “hueso” de un partido agonizante, o de una vez saltar al barco de Morena, donde el “mesías” Andrés Manuel les concederá, por obra de su palabra, la absolución y el perdón a sus miserias políticas, en estados como el de Veracruz ni siquiera saben en este momento qué es lo que son ni cuál es su identidad.
Desfasados por su alianza con el panismo yunista -que les ha reportado alguno bueno, dos que tres regulares y en su mayoría mediocres cargos en la actual administración estatal-, los perredistas veracruzanos no han sido capaces de impulsar una sola política pública que represente al menos figurativamente algo de su ideario en este gobierno.
Su única intentona, el decreto de una carta matrimonial publicado el pasado 20 de febrero, en el que se reconocía el acto de las nupcias por la vía civil como la unión de dos personas, sin especificar su sexo, fue abrogado cuatro días después por el gobernador Miguel Ángel Yunes Linares ante las amenazas de la Iglesia Católica de salir a protestar. La supuesta izquierda veracruzana –Morena incluida- no dijo ni pío por este acto de humillación del Estado ante el clero.
Sin agenda propia, cachando candidatos de las cloacas del priismo, sojuzgados por un régimen cuyo interés es permanecer en el poder y que los utiliza específicamente para ese fin, los perredistas veracruzanos van al próximo proceso electoral municipal con las sobras de su alianza con Acción Nacional, intentando sobrevivir a través de las regidurías que logren acaparar, y como muertos vivientes, arrastrando lo que queda de la osamenta de lo que fue alguna vez una voz digna de la lucha por un país y un estado más justos.
Lo peor es que no hay quien tome esa estafeta. En Morena también se acepta cascajo. Nomás hay que ver a sus dirigentes.
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