Dudoso y todo, este reconocimiento, si hubiera aceptado recibirlo, debió haberse entregado al escritor Armando Ortiz, a cuyo esfuerzo, preparación y talento se debe la colección de libros editada en los últimos tres años por la UPAV. Y eso me consta, porque mi novela Pueblo Viejo apareció bajo ese sello editorial, en una edición profesional, cuidada al extremo y que no termino de agradecer, por el profesionalismo con el que fue hecha.
Ser editor en México -un país sin lectores- requiere primero de un gran amor por los libros y segundo de una necedad heroica. Pero también exige una preparación profesional muy vasta, porque se debe saber de gramática, de literatura, de composición artística, de artes gráficas, de diseño. Un editor necesita también tener una cultura general lo más extensa posible, y estar muy bien informado de lo que sucede a nivel local, nacional y mundial.
Debe ser un erudito, hasta donde es posible en este mundo lleno de cambios y pleno de comunicación.
Bueno, pues este perfil lo cumple a satisfacción Armando Ortiz, y agrega a ello un amor profundo por la lectura y una gran responsabilidad hacia su trabajo.
Por eso, de alguna manera me dio gusto que se le diera este reconocimiento, que aunque para mí y muchos colegas es otorgado por una instancia dudosa, el trabajo que él ha hecho no lo es de ninguna manera.
Lo que sí no me dio gusto es que otro se haya querido colgar las medallitas del trabajo honesto y profesional de Armando Ortiz y que, como siempre, haya ido toda una corte a celebrar la fiesta, a la que no fue invitado el verdadero agasajado.
Yo no le doy un pergamino ni una moneda conmemorativa. Este texto no es para colgar en ninguna oficina. Mi reconocimiento para Armando es inmaterial, y va acompañado solamente de mi reconocimiento como un gran editor, y como el verdadero responsable del programa editorial de la UPAV, que tanto cacarean otros.
Honor a quien honor merece.
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