Gracias a su cercanía con el poder, la mensajera, Gina de Arco, se hizo de magníficas propiedades. Nada más en la comarca de Zoncuantla mandó edificar un castillo de grandes muros, de torres altas, de habitaciones muchas. Parte del ejército del rey custodiaba la entrada de ese castillo. En cada camino real mandó construir hosterías donde pernoctaban los miembros de la corte real; una de esas hosterías fue llamada “La cueva del dragón”.
En medio de las intrigas palaciegas, Gina de Arco hizo alianzas y logró formar un grupo con Bermúdez el canciller del rey, grupo al que se unió el gran chambelán Buganza, Nemi el médico real y hasta el Mozo del bacín; dicho grupo fue conocido como “Los Ginos”.
“La mensajera”, como entonces era conocida, se hizo de un séquito de portavoces que todos los días cantaban las glorias de su majestad. Esos portavoces se multiplicaron en todos los pueblos, en todas las comarcas, en todas las aldeas. Se volvieron una plaga, pues todos los días estaban en las puertas de palacio buscando a la vocera para que les repartiera parte de su riqueza. Cuando Gina de Arco no pudo repartir más, pues en su avaricia quería quedarse con todo, los portavoces y corifeos se volvieron contra ella. Entonces mandaron una comitiva hasta el Vaticano, donde la acusaron ante su santidad el Papa de brujería; una de las pruebas acusatorias estaba en el demoniaco nombre que le había puesto a una de sus tantas hosterías, “La cueva del dragón”.
La acusaron también de blasfemia, pues ella, a pesar de sus excesos y sus lujos, seguía afirmando que nuestro señor Jesucristo le hablaba en sueños. Esto último fue lo que la termino de condenar, pues todo el mundo cristiano sabe que el único interlocutor entre los hombres y nuestros Señor es su santidad el Papa.
Cuando la acusación llegó a palacio, algunos de sus portavoces fieles, aquellos a quienes nunca faltó su ración de Matarromera, la defendieron hasta la abyección. Salieron a las plazas públicas a cantar las glorias de Gina de Arco, la mensajera valiente, la única autorizada para hablar con Dios.
A pesar de los esfuerzos de estos hombres fieles, Duarte VII envuelto en envidias y componendas con sus enemigos, se vio obligado a retirar las tropas que Gina de Arco tenía a su mando.
La mensajera fue llevada al cadalso donde sufrió martirio cruel. En las mazmorras se le escuchó proferir estas palabras: “Esta cárcel ha sido para mí un martirio tan cruel, como nunca me había imaginado que pudiera serlo”. Dicen que “resistió con mucha hidalguía y fe la cárcel y mantuvo su postura de que ‘voces que provenían de Dios’ le habían indicado la campaña para salvar al estado.
Pero sobre ella recaía una acusación de brujería. Gina de Arco pidió ser llevada ante el Papa, pero no le hicieron llegar su pedido de intervención al Sumo Pontífice.
Su juicio fue encabezado por los portavoces a los que les negó la repartición de sus ganancias, entre ellos estaban los Macías, parientes de la reina consorte. Pero ahí estaban también sus enemigos políticos, militares y eclesiásticos.
En los anales de la historia se encuentra la narración de su suplicio: “Su final fue terrible, condenada a pena de muerte, tras un Proceso humillante, aún para una simple acusación de delito o criminalidad sin pena de muerte, como sentencia final, le aplicaron la hoguera y murió como se hacía por aquella época con toda persona acusada de brujería, quemada viva.
Algunos juglares todavía describen en sus cantos la manera terrible como murió: “La amarraron a un poste, la ataron, y la quemaron lentamente, murió rezando mientras miraba un crucifijo, y se encomendaba a Jesucristo e invocaba al Arcángel Miguel, Arcángel al que le guardaba especial devoción y diciendo tres veces el nombre de Jesús entregó su espíritu”.
En el año del señor 2013, Gina de Arco fue consumida por el fuego de su propia avaricia.
A Dios sea la Gloria para siempre jamás.
Armando Ortiz
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