Semejante a las tortuguitas que corren presurosas hacia las olas del mar empujadas por un instinto de sobrevivencia, mientras que son observadas por una cadena de depredadores cuyo objetivo es saciarse de ellas sin pensar en que su acción atenta contra el ciclo natural de conservación de esa especie.
Así son los partidos políticos; así son sus emisarios los mal llamados políticos, porque si lo fueran en verdad, sus acciones serían en el sentido de buscar el bien común y no sólo el bien de ellos, de sus grupos y sus partidos. Depredadores sin escrúpulos, sin consciencia, sin alma y sin progenitora.
Pero fueron sus abusos los que hicieron reaccionar a todo un pueblo que cansado, lastimado, humillado y saqueado, acudió a las urnas con la determinación de tomar venganza en contra de la tiranía convertida en un sistema y representada por una gavilla de pillos comandados por un gordo sin cerebro ni corazón sino sólo vísceras y respaldados todos en un logotipo de su partido político. El pueblo votó sin pensar, sin razonar; votó porque quería borrar de la faz de la tierra al “masiosare” que profanó la patria y pisoteó a sus hijos.
No importó lo que se dijo en contra del candidato al que el pueblo eligió como el vengador de sus sufrimientos; ni siquiera se dieron la oportunidad de ceder a la tentación de volver a ilusionarse y votar por la bandera de “la esperanza”; la gente quería venganza y eso quedó manifestado en la cruz que marcó su boleta electoral.
El resultado esperado se dio y la “operación venganza” empezó a tomar forma a partir de ese mismo día de la votación. La huida del delincuente marcó un horizonte inédito con alta expectativa de justicia y la gente volvió a sonreír.
Pero lo inesperado y jamás imaginado fue lo que sucedió. La llegada del nuevo equipo de gobierno con la espada en la mano cortó brazos, piernas y cuellos de los miserables que clamaban por justicia y resultaron ajusticiados; los que llegaron no distinguieron entre el clamor de justicia del pueblo lastimado y por su inexperiencia como gobierno o por sus ansias de venganza barrieron con todo lo que estaba enfrente y que les representaba el “aspecto” de ser sus enemigos.
El tiempo se detuvo dando paso a una ola expansiva de destrucción semejante a la bomba que cayó sobre Hiroshima, matando sólo a los inocentes, porque los culpables ya se habían refugiado en el fuero o en la distancia y la seguridad que les proporcionaron los miles de millones que robaron al pueblo.
Después vino el silencio, la desolación, el desempleo, el hambre y el olor a muerte. Los sobrevivientes buscaron un acercamiento con el nuevo gobierno, pero se encontraron con puertas cerradas y un trato de grosero desprecio de unos desconocidos arrogantes que hicieron sentir el peso de su indiferencia y desinterés absoluto por el llanto de los nuevamente agraviados.
Han pasado ya los días, semanas y meses, para todo un pueblo que guarda un silencio reflexivo por una lógica decepción y un despojo agravado, porque primero fue el dinero que se llevaron los que se fueron, pero los que llegaron terminaron con el trabajo y el empleo, pisoteando la dignidad y la poca alegría que surgió en el pasado proceso electoral.
Pero los círculos se vuelven a juntar y nuevamente estamos en la víspera de un nuevo día de votación, una nueva oportunidad de cambio por una nueva expectativa de justicia.
Es obvio, lógico y contundente que el agravio recibido tiene muy clara la identidad y colores agresores, por lo que la intención del voto pudiera volver a ser irracional y con tal de ejercer la venganza marquemos una falsa salida que nos haga brincar del comal para caer en las brasas.
Ya nos equivocamos muchas veces al votar por los colores sin importar los personajes que los representaban; es tiempo de aplicar todo el rigor del análisis a profundidad, de la historia de vida de cada candidato, de donde viene, cuál es su origen, cuáles son sus valores y principios, cuál es su capacidad y experiencia como para poder darle el voto de confianza y con él también las llaves de nuestro municipio.
No demos más votos a los partidos políticos, pero si a los ciudadanos que demuestren ser dignos del encargo al que aspiran y que su vocación de servicio es genuina e inspirada por Dios.
Conozco a más de uno que cubre ese perfil y confío que los electores de sus pueblos no se equivoquen y los elijan como sus Alcaldes. Sólo así podremos recuperar la confianza, la estabilidad y la alegría de vivir. Es mi pienso.
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