Todas las locuras de Javier Duarte en la segunda mitad de su sexenio fueron consecuentadas por Alberto Silva, su nuevo coordinador de Comunicación Social. Silva era el que le hablaba al oído a Duarte, y Duarte, monigote sin voluntad, ocupado en sus propios apetitos, lo dejó crecer a tal grado que Alberto Silva se sintió con derecho para ser gobernador de Veracruz. Ya tenía a Javier comiendo de su mano, lo único que necesitaba era un aliado en el centro del país. Una vez hecho diputado Silva empezó a cabildear e hizo creer o quizá así fue, que Aurelio Nuño estaba de su lado. Incluso filtraba a los medios fotografías en las que saludaba al presidente Peña, como pretendiendo hacernos creer que también de él tenía la bendición. Después de ser diputado, y ante la inminente guerra en contra de Yunes Linares, Javier Duarte lo volvió a colocar como coordinador de Comunicación Social, desde donde se enfrascó en una batalla intestina en contra de Yunes Linares. A Silva lo perdió su arrogancia, su lengua y sus excesos. Según las investigaciones, mientras Silva operaba, logró desviar mucho del presupuesto de Comunicación Social hacia empresas fantasma; ya sabía cómo, eso mismo hizo siendo secretario de Desarrollo Social. Hoy la fiscalía del estado pide el desafuero de Alberto Silva acusado de otorgar miles de millones de pesos a medios de comunicación, sin haber sustento de ello. Hoy inicia el camino hacia su desafuero.
Silva, Erick o Carvallo, ellos debieron ser y no Duarte
Si alguien consecuentó las locuras de Javier Duarte en los últimos años de su sexenio, este fue Alberto Silva. Silva, Erick o Carvallo, cualquiera de ellos debió ser el elegido para la gubernatura después de Fidel Herrera. Pero Fidel sabía que cualquiera de estos tres se le podía subir a las barbas. Fidel necesitaba alguien que le garantizara impunidad, seguridad financiera y un Maximato disimulado. El único que le podía garantizar todo eso era Javier Duarte, un muchacho pusilánime que había crecido al amparo de él; lleno de complejos; Fidel sabía que punto neurálgico tocarle a Duarte para que éste riera o llorara según su voluntad. Los otros tres acataron las órdenes de Fidel Herrera, lo conocían y sabían que en “la plenitud del pinche poder” no se podía contradecir al de Nopaltepec. Pero también sabían que Fidel dejaba una estela de podredumbre con la que tendría que lidiar su sucesor. Javier se creyó con méritos para ser gobernador; en su arrogancia creyó que el puesto estaba creado para él, pero el tipo aparte de codicioso, resulto un imbécil. Eso lo descubrió Alberto Silva a la mitad del sexenio y comenzó a trabajar al gobernante para que matara simbólicamente a su padre Fidel, y así él pudiera manipularlo a su antojo. Al final lo consiguió.
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La caída de Gina Domínguez, el encumbramiento de Silva
A mitad del sexenio de Javier Duarte la mujer que se encontraba empoderada era Gina Domínguez; como coordinadora de Comunicación Social ella se había encumbrado como vicegobernadora. Gina tenía un grupo de “textoservidores” que manejaba a su antojo y que utilizaba para azuzar a sus oponentes políticos. Pero el abuso del poder la puso con muchos enemigos en contra, quienes aprovecharon un error táctico de ella y la echaron abajo. Un día Javier Duarte le pidió a Gina Dominguez que hablara con los miembros más cercanos de su gabinete para trasmitirles una amonestación de su parte. Pero Gina se tomó muy en serio su papel de vicegobernadora por lo que se reunió con esos miembros, incluido el secretario de Gobierno Érick Lagos, y les puso la regañiza de su vida. Érick no lo soportó, tampoco los otros por lo que desde ese momento planearon sacar a Gina de la jugada y lo consiguieron. Todavía en esa época Gina pidió a uno de sus amanuenses que la pusiera como una heroína, una Juan de Arco moderna. Pero ni invocando a esa mujer logró que le perdonaran su error. Gina cayó y Silva se encumbró.
Armando Ortiz
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