Sorprende esta declaración, porque el Gobernador de los veracruzanos difícilmente podría encontrar un clima más a modo para conducir su gobierno. Los medios de información están más concentrados en su supervivencia, que en realizar su labor periodística que invariablemente incrementaría la crítica.
Tampoco puede acusar de una campaña mediática en su contra. No hay fuerza ni organización en el gremio para eso; ni siquiera una mano que mece la cuna. Fidel Herrera neutralizado y desterrado, Javier Duarte en la cárcel y sus compinches pactando impunidad y en retirada.
Es en ese contexto, que Miguel Ángel Yunes es presa de la mediocridad que históricamente quedará como sello de su gestión. Decidió privilegiar la alianza política por encima de la administración pública y ahí están los resultados, pues es más que evidente que las parcelas de poder que cedió –principalmente- a los militantes del PRD, otorgan magros resultados porque no hay capacidad ni experiencia, apenas rapiña y oportunismo.
Basta con preguntar en la calle a cualquiera, su balance de estos casi ocho meses “del cambio” y las expresiones de frustración y hartazgo serán la respuesta predominante.
En el Capítulo Primero del `Arte de la Guerra` de Sun Tzu que habla de la evaluación, se refiere a la doctrina como uno de los factores fundamentales para la planificación y se resalta: “La doctrina significa aquello que hace que el pueblo esté en armonía con su gobernante, de modo que le siga donde sea, sin temer por sus vidas ni a correr cualquier peligro.”
Ese valor obviamente está ausente hoy en Veracruz, porque no hay confianza, y no hay confianza porque no hay seguridad (que es la primera obligación de un gobierno para con sus ciudadanos), y no hay seguridad porque no hay empleo y no hay empleo, porque la crisis económica ocasionada por la Fidel-Prosperidad sigue imperando y hay crisis, porque no hay gobierno.
El primer síntoma de la descomposición y el caos, es cuando el gobernante se irrita porque su pueblo no percibe los esfuerzos para mejorarlos. Habitualmente –le pasó a Javier Duarte- se responsabiliza al mensajero de esa “distorsión de la realidad”, como si los medios de información –en este caso- tuvieran el poder de modificarla.
Duarte a punta de dispendio de recursos públicos, compró las portadas de la mayoría de periódicos y portales digitales, de canales de televisión y la radio y sin embrago, la abrumadora realidad se impuso y no hubo pluma ni consorcio informativo (nacional o local) que pudiera parar su estrepitosa caída.
En ese mismo sentido, difícilmente la prensa puede avasallar a un Gobierno cuando este ofrece resultados tangibles, por mucho que Antonio Gramsci la haya clasificado como uno de los aparatos ideosocializadores del Estado, o pese a que Joseph Goebbels decretara: “miente, miente que algo queda”.
No, el tema es una ecuación muy elemental, de esas que enseñan como regla general en los niveles básicos de educación: “la decepción ciudadana sobre un Gobierno es directamente proporcional a las expectativas que el gobernante despertó como candidato en su campaña”.
No, no es la prensa. Es elemental.
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