Prosa Aprisa.
Arturo Reyes Isidoro.
 

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Acaso vivimos ya una revolución silenciosa
2018-05-03

El de ayer, 2 de mayo, pasó a ser un día histórico en la historia política del país.


Me atrevo a considerar que el resultado de las encuestas del diario Reforma y de Barómetro Electoral Bloomberg que publicó el portal SinEmbargo, coincidente en ambas, fue ya el adelanto del triunfo de Andrés Manuel López Obrador, salvo que ocurrieramente algo verdaderamente excepcional, pero muy excepcional.


Después del debate del 22 de abril hubo quienes dijeron que el tabasqueño había quedado “herido” y albergaron esperanzas de hacerlo que cayera. Los números, las cifras de los porcentajes hablan por sí solos y son contundentes, además no obstante la campaña sucia que han desatado en su contra.


Reforma manejó 48% para AMLO, 30% para Ricardo Anaya y 17% para José Antonio Meade. Bloomberg dio igual porcentaje para el puntero, 29.8 para el segundo y 17 para el tercero.


Más allá de Morena y de López Obrador, creo que estamos ante el inicio de una revolución silenciosa que quién sabe a dónde nos va a llevar. Los acontecimientos rebasan a ese partido y a ese personaje que las circunstancias han querido que encarne el cambio, un cambio de régimen que una inmensa mayoría de mexicanos desea y que tienen esperanzas de que el tabasqueño consume.


Ayer se comenzaron a vivir los estertores de un sistema que ya dio todo lo que tenía que dar y que sus actores no supieron sostener luego del aviso que les envió el pueblo mexicano en 2000 cuando sacó al PRI de Los Pinos por primera vez.


En el inter de 12 años en que recuperó el poder el priismo proclamó que había aprendido la lección y que iba a cambiar. No lo hizo. Peña Nieto es la mejor prueba de que el abuso del poder continuó.


Pero el panismo, que entró a la alternancia, resultó igual y en algunos casos peor. Los abusos que Vicente Fox permitió a la familia de su mujer Martha Sahagún testimoniaron que habían resultado más de lo mismo.


Empecé a ejercer el periodismo en mayo de 1970, el próximo día 10 hará ya 48 años, cuando el PRI estaba en todo su esplendor. Nunca pensé vivir para ver, ahora sí, su derrumbe como el gran corporativo que fue. 


Nunca, jamás, se me ocurrió imaginar que algún día vería que una figura surgida de sus mismas filas lo relegaría tanto en una contienda presidencial.


Los primeros efectos de esta revolución silenciosa los vimos ya ayer. La fuerza electoral de López Obrador obligó al Presidente a destituir al dirigente nacional de su partido, algo que nunca antes había ocurrido en la historia de México.


Una regla de oro de la política priista era que no se debía cambiar de caballo a la mitad del río. El relevo en el PRI fue un acto desesperado para tratar de contener lo que ya no es posible, según mi punto de vista.


Meade, a mi juicio, es una víctima en cuanto se volcaron sobre él y su candidatura todo el rechazo, el repudio, el hartazgo y el cansancio de la mayoría del pueblo por el abuso del poder que ha distinguido al partido que lo postuló y cuyas pesadas siglas y colores carga. 


Es un buen hombre, según creo, o al menos salvable en comparación con tanto y tanto vividor de la política en que se convirtieron los priistas que lo embarcaron, pero es corresponsable por haber aceptado asumir el riesgo de pagar por ellos.


La decisión del Presidente de hacer hasta el último intento por rescatar la candidatura de Meade, de tratar de fortalecer a su partido con el cambio de dirigente, fue la respuesta negativa más contundente a Ricardo Anaya que, también desesperado, buscaba que el priista adoptivo se le sumara, que declinara.


A lo más a lo que podrá llegar será a consolidarse en el segundo lugar, pero con un porcentaje insuficiente para alcanzar al puntero y menos para ganarle.


Ayer fue un día histórico. Marca, marcará un hito en la historia de México. Seguramente todavía no alcanzamos a ver o a dimensionar el cambio, la revolución que se ha iniciado. El tiempo, los hechos, nos los irán mostrando.


¿Y dónde están los pilotos y la tripulación?


No estoy ciego aunque uso lentes; uso audífonos para poder oír porque tengo problemas de audición. Acaso esté ciego y sordo y eso me ha hecho no haber leído o escuchado hasta hora algún mensaje, alguna defensa, alguna arenga del coordinador de la campaña de José Antonio Meade en el Estado, el senador Héctor Yunes Landa, a favor del candidato presidencial. Si lo ha hecho, pido que me lo aclaren.


La noche del domingo 22 de abril estuve pendiente después del debate de los candidatos presidenciales del mensaje que diría a los veracruzanos, a través de las redes sociales o en conferencia de prensa, el político de Soledad de Doblado.


El que salió a batirse por la causa del candidato presidencial fue el dirigente estatal del PRI, Américo Zúñiga, esa misma noche mediante un boletín de prensa y al día siguiente con otro. En los dos aseguró que Meade había ganado el debate y alentaba a los suyos a no bajar la guardia. Vio lo que tenía que ver aunque la mayoría no hubiera estado de acuerdo, pero cumplió con su deber político.


En verdad me sorprendió el largo chorizo (62) de nombres que Yunes Landa dio a conocer el 15 de abril y que calificó como “la mejor estructura que haya tenido un candidato presidencial en Veracruz”. En realidad en su mayoría son incondicionales suyos con los que busca postularse nuevamente como candidato a la gubernatura en 2024, muy de su gusto.


Pero han pasado los días desde entonces y no se sabe que  al menos el senador se haya envuelto en la bandera del PRI y se haya lanzado al vacío desde lo alto del edificio de ese partido en Xalapa para demostrar su defensa de la causa para el que lo nombraron responsable en Veracruz, en una acción similar al Niño Héroe de Chapultepec.


¿Dónde están esos 62 (algunos son mis amigos y los aprecio) que no han salido a repercutir lo que haya que repercutir para tratar de levantar en Veracruz la candidatura de Pepe Meade? ¿Qué han hecho en el tiempo desde que fueron designados? ¿Por qué le han dejado todo el bulto a Américo si ellos son directamente los responsables?


El golpazo que significó el resultado de la encuesta de Reforma pintó la triste realidad del candidato presidencial: cayó un punto con respecto a abril y ya se ancló en el tercer lugar, muy pero muy lejos, a una distancia inalcanzable, de López Obrador. Los cambios que se iniciaron ayer para tratar de reflotarlo tal vez resulten inútiles porque se considera que no les va a alcanzar el tiempo cuando ya sólo faltan 56 días para ir a las urnas.


En este espacio comenté anteriormente que en fuentes de todo crédito supe que en el mismo altiplano las estimaciones que tienen es que el tabasqueño va a barrer no sólo en Veracruz (millón y medio de votos, al menos) sino en todo el sureste del país y que ni el candidato del PAN ni el priista tienen alguna posibilidad de triunfar.


Pero Meade menos va a obtener un porcentaje honroso en un Estado que ha sido priista por tradición cuando ninguno de sus supuestos operadores motiva al electorado ni por las redes, ni a través de los medios tradicionales, ni en forma personal, empezando por el directamente responsable, su coordinador de campaña.


Si Pepe Toño pierde y es derrotado estrepitosamente en Veracruz, el senador Héctor Yunes Landa habrá sufrido dos grandes derrotas en forma consecutiva: la de la gubernatura y la de la campaña presidencial. Esas no serán las mejores cartas de presentación para cuando pretenda aspirar de nuevo a la gubernatura.


Y si eso no bastara, cabe preguntar en dónde está, en dónde anda el flamante delegado del CEN del PRI en el Estado, el hidalguense José Antonio Rojo García. Desde el 2 de marzo cuando oficialmente fue instalado no se sabe que haya dicho o hecho algo. Ayer traté de saber de él y me dijeron que andaba en campaña en su Estado. Es otro que debiera estar trabajando a favor de la causa de Meade.


Meade era digno de mejor suerte porque tiene méritos, alcances, recursos personales para ser un buen gobernante, pero en mala suerte para él carga con el logo del PRI y de paso sus equipos no le ayudan, como en el caso de Veracruz. 

 
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