Muchos cuestionaron la llegada de un hombre como Franco Castán a la Secretaría de gobierno, con su fama de mapache, de porro, sin título profesional que hubo que conseguirle “fast track” con la Universidad Veracruzana, o con Sara Ladrón de Guevara para ser más específicos; por aquellos días, aliada importante del recién llegado gobernador. A estos cuestionamientos, se sumó el escándalo doméstico planeado por su esposa y que tuvo que contener rápidamente.
Hay que contar también la cuestionada amistad y compadrazgo con el anterior secretario de gobierno Erick Lagos, quien por cierto salió muy bien librado de la persecución Yunista a “lo más granado” del Duartismo. Pero nada, nada importó, el gobernador lo sostuvo, lo respaldó, le quitó los reflectores de encima y procuró que lo dejaran lo suficientemente tranquilo como para que pudiera continuar con el plan.
A la Secretaría, el actual gobernador, le dió una nueva estructura administrativa, con el argumento de que así respondería mejor a la dinámica y orden en la función pública que implementaría y daría certeza y certidumbre jurídica a los actos, planes y programas de gobierno. Algunos leyeron esto como una resta a la importancia del secretario, decían que le había quitado poder.
Por el contrario, creó nuevas áreas administrativas y redistribuyó las competencias de la Secretaría de Gobierno, al tiempo que hacía todos sus cambios, aseguraba que la coordinación, evaluación y responsabilidad del cumplimiento de los programas y proyectos estarían siempre vigilados y evaluados por los titulares de cada una de esas áreas administrativas, para rendir buenas cuentas a la sociedad.
Las cuentas que Franco Castán ha rendido a la sociedad no son en absoluto buenas: Muertos, desaparecidos, levantados, periodistas asesinados, violencia, violencia y más violencia de punta a punta de la entidad. Pero su labor como operador electoral tiene que ser muy satisfactoria para el gobernador. De otro modo no se explica su blindaje.
Desde el pasado mes de diciembre observamos la cara oculta de su labor rumbo a la elección del 1o de julio, ese día nacía el “Frente Democrático Veracruzano” conformado por “la gente” del secretario y que ha recorrido la entidad para promover su “movimiento ciudadano” apartidista que busca unir a todos los grupos que se encuentran dispersos en las diferentes regiones del estado y crear una agenda que aglutine todas sus peticiones, para presentarlas a los políticos de manera conjunta. Es decir, darle jugada a los relegados.
Meses y meses de reunir lastimados de todos los partidos, que se traduzcan en votos para beneficio del hijo del gobernador. Una estrategia sin partido, ni color, que compense los muy pocos votos que un PRD agonizante puede garantizar en la próxima contienda.
Por estos días el titular de la SEGOB anda más activo que nunca, para desgracia de los veracruzanos, no es ocupándose de la seguridad y gobernabilidad de la entidad, sino coordinando esfuerzos y apoyos a sus operadores, apuntalando a sus munícipes en campaña y lo que haga falta para demostrarle al gobernador que no se equivocó al confiar en él; aunque sus funciones no sean tan sólo las del secretario de gobierno, lo que es evidente, es que saldrá con grado como mapache electoral.
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