El brutal dispendio de recursos que ha caracterizado la campaña a la gubernatura de Miguel Ángel Yunes Márquez haría pensar que es candidato a gobernador de Nuevo León y no de Veracruz.
De acuerdo con la información disponible en la página web del Instituto Nacional Electoral, en su rubro de Fiscalización, el abanderado del PAN-PRD-Movimiento Ciudadano ha reportado –aunque la cantidad debe ser mucho mayor- un gasto por 31 millones 914 mil pesos en poco más de un mes de campaña. Es el candidato con el mayor derroche de recursos de todo el país.
Semejante despilfarro es una bofetada en la cara de la gente que vive en la pobreza y pasa hambre en amplias franjas del territorio veracruzano, y en donde el candidato Yunes Márquez realiza inverosímiles concentraciones masivas que sólo pueden explicarse a través de la coacción y compra de voluntades, del condicionamiento de programas sociales asistenciales en las zonas marginadas, y de la instrucción directa a los trabajadores del gobierno estatal para que acudan a “apoyar” a “su” candidato.
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Tan solo el mitin del pasado sábado en la capital del estado de Veracruz, en el que los panistas aseguran haber metido en la plaza principal a 30 mil personas –lo cual es una absoluta exageración, pues el primer cuadro de la ciudad tiene capacidad a lo sumo para unas 15 mil-, los cálculos de quienes se dedican a la operación de campañas electorales estiman que no habrá salido en menos de 10 millones de pesos, contemplando la “movilización” –o sin eufemismos, el vil acarreo-, y otros aspectos de la logística como el sonido, el grupo musical –y no cualquiera, sino “Rayito Colombiano”-, el templete, la seguridad, las playeras, las gorras y el “lunch”.
¿Es justificable semejante dilapidación de dinero en un estado quebrado y saqueado como Veracruz? El sentido común indica que no, de ninguna manera. Menos aún, viniendo de parte de quienes se promueven como el “cambio” y piden darle “continuidad”, pero que en los hechos recurren a las mismas prácticas del más vetusto y anquilosado priismo, cuya manera de entender y hacer política sigue siendo el “manual” en todos los partidos.
Hace no mucho tiempo, en Veracruz veíamos cómo se pintaba absolutamente todo de rojo. Cómo se avasallaba a los opositores mientras se simulaba vivir en una democracia, mientras los órganos electorales estaban cooptados, los medios de comunicación eran serviles voceros oficiosos y las instituciones encargadas de la procuración e impartición de justicia eran manipuladas para acallar a los críticos y perseguir a los adversarios políticos. Eso sucedió en administraciones priistas, autoritarias, que además terminaron mereciendo, por lo menos las últimas dos, el calificativo de criminales. Todos conocemos –y quienes aquí vivimos, padecimos- las consecuencias.
Evidentemente, no ha cambiado nada en Veracruz. El régimen de la alternancia partidista –porque de transición política, ni hablar- recurre a las mismas prácticas. Hostiga y amenaza. Reprime y golpea. Malgasta y desperdicia. Es capaz de hacer lo que sea con tal de perpetuarse en el poder. Y ya ni siquiera en nombre de un interés de grupo, sino de uno familiar, con aspiraciones dinásticas, aunque lo más correcto sería llamarlas tiránicas.
Aunque la verdad sea dicha, no es nada raro. En su praxis y concepción del ejercicio del poder, los Yunes son tan priistas como Fidel Herrera. Está en su naturaleza.
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