Ahora que no ejercen el poder el tiempo les sobra y las canonizas se extravían. Deben protestar de alguna manera y como todavía no cabe ningún reclamo ante un ejercicio político que no ha entrado en funciones, pues tienen en la mira a los colaboradores, a quienes señalan como los peores mexicanos todos los tiempos, dejando atrás a Javier y César Duarte, cuya presentación como candidatos nunca fue cuestionada por nadie.
Los presidentes entrantes tenían, hasta ahora, la libertad de escoger a los hombres y mujeres que mejor consideraban para desempeñar su trabajo. En ese momento, los medios y los comunicadores, que ahora disparan contra los nombrados, lanzaban los anzuelos para solicitar canonjías, publicidad, empleo para los familiares, chayotes.
Esto ha cambiado y ellos lo notan y lo confirman.
Tampoco dijeron nada acerca de Roberto Borge, a pesar de tener antecedentes oscuros. Ni de Rodrigo Medina, a pesar de saber todos que nada sabía de política. Con ellos se esperó a que dieran malos resultados para cuestionarlos, pero esperaron a que su actuación se reflejara en los hechos. Ahora es diferente, los amargados, disfrazados de expertos que ven diluirse sus privilegios, critican por el apellido, por el origen, por la escuela en la que estudiaron, por sus familiares y maestros a los integrantes del próximo gabinete.
Esa repentina preocupación por saber quiénes son los que operarán en la administración pública no obedece a un interés por la actividad política, sino como parte de una guerra sucia que no quiere la paz. Una guerra sucia enquistada en el arsenal de la amargura y el rencor, pero que exige venganza. Cualidades de una clase política que no usó para defender como hombres lo que ahora lloran como infantes.
La proliferación de versiones sobre los integrantes del gabinete, sobre los posibles fracasos del nuevo régimen, acerca de la posibilidad de error son tantas y se basan en datos tan diferentes que lo único que hacen es desinformar más a una población que fue domesticada a través de esos mismos medios convertidos ahora en trinchera de la guerra sucia.
La transformación deberá empezar por contar la historia de los privilegios que pelean quienes ahora se rasgan las vestiduras por la victoria de Morena en la Presidencia de la República. Partido al que cuestionan su poderío al ver cómo el Congreso está prácticamente en sus manos. Pero esa concentración de poder nunca fue siquiera comentada por esos medios ni por esos comunicadores que deberían aprovechar sus dotes investigadoras en sugerir temas y propuestas y se pongan a trabajar de una vez por todas en favor de la población.
Los comunicadores ahora deben ser el puente para que la población corrija los errores de la administración pública presente y pasada. Pero en lugar de construir los medios para lograrlo se escudan en la profesión periodística para hacer del oficio una trinchera por consigna.
Una de las muestras que tendrán los mexicanos para convencerse de que su decisión no estuvo equivocada será el gran museo en el que se convertirá la que es todavía la Residencia Oficial de Los Pinos, donde podrá mostrarse cómo vivieron los presidentes que en nombre de los pobres se enriquecían.
En cuanto llegue de vacaciones Enrique Peña Nieto deberá acelerar su mudanza y dejar ese espacio para que el museo de la ignominia sea abierto cuanto antes. Ahí podrá explicarse mucho de lo que ahora parece no tener explicación. La pérdida de los privilegios de una clase social que se apropiaba de las decisiones de los mexicanos y de sus posesiones tradicionales para seguir sumando pesos y dólares a su fortuna.
Las obras de arte que nunca entendieron, los muebles que nunca reconocieron como valiosos, los espacios que no aprovecharon, los lujos que exhibieron, la ropa que usaron, las joyas que ostentaron frente a un pueblo que vive en la miseria. El museo mostrará que no se equivocaron los mexicanos en las urnas.
Los críticos de realidad presente cuestionan e intentan analizar este tiempo con ojos del pasado. No pueden romper los esquemas de la rutina que es el único vehículo que lo llevaba a la realidad. Desconocen los cambios, no entienden la transformación. No pueden creer que nada va a ser igual.
La guerra contra lo que sucede o lo que no suceda seguirá disparando desinformación. Las batallas hasta ahora han sido ganadas por la población que hizo caso omiso de la guerra de rumores y especulaciones durante la campaña. Ahora se vive el momento de la transición hacia el nuevo gobierno, donde la guerra sigue con los mimos soldados y las mismas trincheras. Saben que perdieron las batallas, de otra manera no se hubieran volcado más de 30 millones de mexicanos en favor del objetivo principal de la guerra sucia. Lo elevaron a un gran poderío a pesar de la intensidad de los disparos. Los medios de información tradicionales han extraviado su objetivo y con ello abaratado su trabajo, lo mismo que sus tarifas. Ahora ya no tienen el mismo público.
Las críticas fundadas o infundadas provenientes de ciertos medios ya están esterilizadas en su veneno por la lógica de la población, la conciencia de la gente y la inteligencia de quienes conocen, a través de sus propios ojos, la realidad de México. No necesitan de lentes que distorsionen realidades que no existen, ni medios que se conviertan en fines en sí mismos. PEGA Y CORRE. - Las diputadas y diputados de la LXIV Legislatura del Estado de Veracruz siguen realizando nombramientos a modo. Se sabe que toda acción que realizan los diputados locales tiene consigna y ésta viene de la casa de gobierno de Xalapa. Esta vez los diputados locales avalaron las ternas para la designación de los titulares de los Órganos Internos de Control del Poder Legislativo de Veracruz, del Organismo Público Local Electoral y de los Organismos Autónomos de la entidad. Decisiones que muestran poca armonía y comprueban que la guerra sigue en Veracruz, a pesar de las heridas de la población; sin embargo, sigue habiendo quien pondera el interés personal al de la sociedad, en cargos que deben ser los medios para ayudar a la población… Esta columna se publica los lunes, miércoles y viernes.
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